De un tiempo a esta parte quienes nos dedicamos a la apicultura somos abordados por gente que nos pregunta: ¿qué está pasando con las abejas? Muchas personas hacen referencia a los parásitos que chupan su sangre y que acaban así con las colmenas. Otras te preguntan por qué las abejas están desapareciendo dejando las colmenas vacías, y también sobre si es cierta la tan citada frase, supuestamente de Einstein, sobre la extinción del ser humano en poco más de cuatro años si nuestras amigas voladoras dejaran de existir y por tanto de polinizar nuestros alimentos. Y otra gente se interesa por el temible avispón asiático. Todas estas preguntas rondan la cabeza de las personas por una sencilla razón, el afán de los medios de comunicación por crear miedo para vender mejor unas noticias carentes a menudo de espíritu científico y divulgador.
No queremos decir con esto que no exista un problema con las abejas, existe y muy grave, pero en realidad este problema es sólo la punta del iceberg de la acción destructora que el desarrollismo está causando a la Tierra, y que los medios de comunicación nunca denunciarán ya que no pueden morder la mano que les da de comer.
Las abejas son muy ancianas. A tatarabuelas de la actual apis melifera podemos encontrarlas ya hace 100 millones de años, y a la apis melifera hace ya 30 millones de años1. Mucho tiempo, en definitiva. Pues bien, las abejas han empezado a tener problemas hace muy poco, concretamente a partir de la Primera Guerra Mundial, que es justo cuando el complejo militar industrial se une íntimamente a la farmaindustria. Es a partir de entonces cuando surgen las armas químicas que son antecesoras de pesticidas, herbicidas y demás tratamientos de la agricultura industrial, y es a partir de entonces cuando surgen los problemas para las abejas, unos seres capaces de sobrevivir a glaciaciones y volcanes durante millones de años pero no a la barbarie química desarrollista de empresas de la guerra reconvertidas a lo agro como Dupont, Bayer, Monsanto, Cargill, etc.
Al analizar el problema de las abejas podemos realizarlo desde dos paradigmas contrapuestos, que no son exclusivos de la apicultura ni mucho menos, ya que son comunes para muchos otros aspectos de nuestra vida en la Tierra.
Por un lado, podemos abordar el problema desde el paradigma científico desarrollista siervo del capitalismo. Una enfermedad: un tratamiento. Diez enfermedades: diez tratamientos, curiosamente siempre paliativos, no resolutivos y sobre todo muy lucrativos para ciertas corporaciones. Tratamientos que tapan los síntomas de la colmena, pero que no van a la raíz del problema. Este es el modelo Pasteur, el modelo que rige nuestro modelo médico. Una pastilla o una vacuna para cada tipo de virus o bacteria. Modelo que empezó también a triunfar a partir también de la Primera Guerra Mundial, tiempos en los que ya dijimos comienza el auge de la farmaindustria gracias a las plusvalías acumuladas tras fabricar armas químicas. Modelo explicativo que fue impulsado precisamente por estos lobbys. Sucede demasiado a menudo que triunfan los modelos teóricos que al modelo capitalista le conviene difundir.
Por el otro lado tenemos el paradigma que podríamos llamar científico radical (de “ir a la raiz”), consistente en analizar cuáles son las posibles causas de una enfermedad teniendo siempre en cuenta que es fortaleciendo el organismo (en este caso la colmena) como se pueden superar dichos problemas. Este es el modelo de Claude Bernard y René Quinton, por poner el ejemplo de dos científicos coetáneos de Pasteur, franceses también, que defendían otra visión de la fisiología y de la medicina. Este modelo explicativo viene de las ciencias de la salud humanas, pero nos sirven a la perfección para la salud de los animales. Si la colmena es respetada, es un superorganismo capaz de alcanzar la homeostasis (el equilibrio regulador interno), es capaz de superar muchos obstáculos y de generar sus propias defensas porque es de hecho inmortal.2 Pero si se la trata indebidamente enfermará una y otra vez. Todo organismo vivo posee los mecanismos apropiados para regenerarse y enfrentar las amenazas del medio externo, siempre y cuando esas amenazas no sean ya de última generación, es decir, no sean amenazas a las que el organismo todavía no ha tenido tiempo evolutivo de responder. Y siempre y cuando la colmena esté fuerte por haber sido alimentada de manera natural, siempre que no esté estresada por el maltrato del apicultor y siempre que pueda además disfrutar de un entorno sano en él que pecorear.
Por ejemplo, desde el paradigma desarrollista se dice que el causante del síndrome de despoblamiento de las colmenas es un parásito llamado nosema cerana descubierto hace algunos años. Por tanto, toca desarrollar un tratamiento químico que oculte los síntomas generados por ese nosema y que entonces los Estados lo subvencionen. Tratamiento, dicho sea de paso, que tampoco garantizan mucha menos mortandad. Eso sí, se trata de medicamentos que hay que administrar cada año y de por vida. Tenemos entonces así una sabrosa enfermedad crónica, y decimos sabrosa porque la enfermedad crónica farmacodependiente es el sueño de muchos laboratorios.
Se dan todo tipo de vueltas y explicaciones antes de acudir a la raíz de los problemas de las abejas, es decir, que enferman por sobreexplotación porque se las alimenta con productos artificiales, se las trashuma excesivamente, se las lleva a monocultivos industriales y plagados de agroquímicos, las aguas de las que beben cada vez están más contaminadas, se las trata con brusquedad sin tener en cuenta sus ritmos biológicos y solares, se les pone cera de origen dudoso y se las obliga a vivir en un mundo con cada vez menos flores (desarrollismo y guerras que acaban con hábitats). Ante todo este caos la colmena enferma y entonces la medicamos con distintos tratamientos de síntesis. E incluso, a veces, antes de enfermar, ya la tratamos directamente con estos tratamientos farmacológicos, por si acaso.
Ahora, establezcamos el paralelismo con el ser humano, punto por punto. Sustituyamos entonces la excesiva trashumancia por el trabajo precario, sustituyamos monocultivos industriales por vidas aburridas sin relaciones e intereses profundos, sustituyamos colmena por piso, sustituyamos maltrato del apicultor por maltrato ya endémico de las élites, sustituyamos la cera de mala calidad (red de comunicación de la colmena) por el daño que nos hacen los medios de comunicación, sustituyamos solo eso, pues todo lo demás no necesita de mucho cambio, al fin y al cabo también comemos productos industriales, nos medicamos cada vez más intensivamente y también nos daña vivir en un mundo con cada vez menos flores, aunque nunca nos hayamos dado cuenta de lo mucho que pierde nuestra psique cuando se pierde la belleza floral en nuestras vidas.
1Había polinizadores antes de la aparición de apis melifera como otros insectos evolutivamente más antiguos como el escarabajo y la marquita, pero la especialización en flores de la abeja sirvió para aumentar exponencialmente la polinización y aumentar la biodiversidad floral a través de la polinización cruzada. Por tanto, podríamos decir que la abeja es “hija” de ciertas flores antiguas y a la vez “madre” de otras flores posteriores y que su existencia en el planeta ha multiplicado la existencia de las plantas fanerógamas hoy cruciales en nuestra alimentación.
2La colmena puede ser considerada un superorganismo inmortal cuyas “células” serían las abejas. Una colmena cada cuatro meses modifica todas sus células (abejas) por muerte, menos a la abeja reina, que sobrevive y “pone” más células, para empezar así otra vez el ciclo. Estableciendo un paralelismo con la genética humana, podríamos decir que la abeja reina cumple funciones similares a las de las células madre encargadas de generar las células nuevas que sustituyen a las que mueren cada cierto tiempo (cada tres o cuatro meses las células de la sangre, cada tres o cuatro semanas las células hepáticas, cada siete años las del sistema óseo, etc). Sería por tanto más justo llamar a la abeja reina “abeja madre”. Siguiendo con los paralelismos con nuestra especie, podemos decir también, de la mano del biólogo Jürgen Tautz, que la colmena es un organismo mamífero en tanto que produce jalea real, que es la leche con la que se cría a todas las abejas.