CADA VEZ SE HACE MÁS PATENTE EL ESTADO POLICIAL Y LA CRIMINALIZACION DE LA REBELDÍA

Criminaliza que algo queda. Sobre la represión y sus verdades.

SHERIFF PERIODICO definitivoDiferentes movimientos sociales llevan un tiempo insistiendo en el crecimiento de la escalada de represión a que son sometidos. Huelguistas, piquetes, manifes­tantes, twitteros, anarquistas… todos han visto aumentar la pre­sión del Estado en forma de mul­tas, acoso policial e incluso cár­cel. A menudo no se trata tanto de acabar con quienes protestan (que también) como de conse­guir que sean percibidos como entes separados de la realidad de la gente, como cuerpos extraños que deben ser vistos a modo de elementos peligrosos, sucios, de forma que es necesario proteger a la sociedad (a la ciudadanía, que se dice ahora) de su presencia, de su mera presencia.

Para que esto funcione, hay que desarrollar un argumentario que evite el debate sobre lo que pro­ponen, centrándose en el peligro que representan. Se trata de ob­viar que el sistema es un desastre económico, ecológico y humano para lanzar la idea de que toda protesta seria debe ceñirse a unas normas, a las normas del sistema que se pretende cambiar. Estas son algunas claves del despliegue de la represión.

  1. Algo habrán hecho.

Cuando la policía detiene a una persona o un grupo de personas argumenta que son el Mal, que son el Peligro o que son el Terro­rismo. A menudo las acusaciones generales no se mantienen, pero queda en pie la sospecha, la man­cha indeleble que justifica lo que ha ocurrido. En un juego similar al de las cifras de manifestacio­nes, se piensa: bueno, si uno dice X y los otros dicen Y, la verdad estará más o menos a medio ca­mino. El Estado y la policía han conseguido que buena parte de la población crea imposible la ar­bitrariedad, el ataque selectivo a movimientos, el azar kafkiano de que te toque a ti porque pasabas por allí. Es el principio básico del criminaliza, que algo queda.

  1. Todo es terrorismo.

La extensión del significado del terrorismo ha supuesto un fenó­meno peculiar: la palabra ya no tiene límites, sino que estos lí­mites se ponen dependiendo de la situación. Es el Estado quien decide qué es terrorismo y qué no. Aunque esto no es nuevo, sí lo es lo que rellena el concepto. Disueltas las organizaciones de profesionales armados, los clá­sicos grupos terroristas, es te­rrorista cualquiera que rompa la normalidad. Hoy es terrorismo insultar a un político o inutilizar un cajero; es enaltecer el terroris­mo escribir en las redes sociales; es indicio de terrorismo editar libros. El largo etcétera de nue­vos comportamientos terroristas pone de manifiesto que cada vez más, los límites entre terrorismo y oposición se diluyen.

  1. Del difuso conglomerado radica­les-violentos-antisistema-terroris­tas.

Se dijo alguna vez que comen­zaba una guerra contra el terro­rismo que era una mentira, pues no se pueden hacer guerras a conceptos, sino a personas. En parte es verdad y por eso se ne­cesita que existan encarnaciones del Mal. Durante años se llamó a muchos los violentos o los radica­les. Hoy se les llama con facilidad antisistema o los terroristas. Am­bos conceptos funcionan igual: incluyen la tradicional desperso­nalización del enemigo, etique­tado con una denominación que invita a su destrucción; incluyen la descripción de un solo golpe, fácil de digerir. Los violentos y los terroristas se definen por un solo comportamiento: son violentos todo el día, en todas las activida­des, sin motivo alguno, dirigien­do su vida (sus lecturas, sus tra­bajos, sus amores) a una espiral demente de violencia sin sentido y peligrosa, muy peligrosa. Es una imagen tan grotesca que parece mentira que haya colado. Igual esta no ha colado, pero todo pue­de ser. Los radicales yo antisis­tema no tienen contenido, solo forma que identifica por igual la creación de un huerto urbano y la propagación de ideas libertarias.

  1. Perfectamente organizados.

Un enemigo debe dar miedo. Para ello, hay que rodearlo de un aura de misterio y de potencial de destrucción. Si no lo tiene de por sí, siempre existe la posibilidad de usar expresiones vacías, pero que dan el pego. Se dice que esta­ban perfectamente organizados y andando. Estar organizado sería pues un indicio de terrorismo, un potencial factor de amenaza y por eso hay que añadir el perfecta­mente, porque toda organización subversiva tiene la perfección como rasgo, por supuesto. Esta organización puede tener rasgos tan preocupantes como que haya gente que se reúna para hablar o que, o terror de los terrores, uti­licen para comunicarse sistemas informáticos difíciles de contro­lar. Lo que no es visible es sospe­choso de querer ocultar algo, de organizar el caos.

Lógicamente, no es el FMI el que está perfectamente organizado, o el PSOE o la CNMV, sino esos oscuros elementos que han veni­do a terminar con la civilización. Bueno, también está perfecta­mente organizado el argumenta­rio anti-disidencia, pero eso tam­poco es lícito decirlo, o pasas a la categoría de futuro terrorista.

  1. Desestabilizar el sistema

Ya es prueba suficiente de mal­dad la intención de desestabilizar el sistema democrático, como si atacar las injusticias que obvia­mente genera fuera atacarte a ti. El asunto es sencillo: o nosotros o el caos. O el sistema o algo mucho peor, sea lo que sea. El enemigo antisistema-terrorista-perfec­tamente-organizado busca im­poner sus ideas. Este es el triste análisis que se te pone en el plato para que te lo tragues.

¡Pues claro que se quiere desesta­bilizar el sistema! Incluso acabar con él. Con las desigualdades y con la opresión, así, para empe­zar. Es esto lo que se castiga en el fondo: la amenaza a los privi­legios y a la autoridad. Pero para que este castigo funcione de ver­dad es necesario que asumamos la culpabilidad automática, la extensión del término terroris­mo, las etiquetas simplificadoras, las denominaciones vacías, que permitamos que no haya espacio para analizar, sino para criminali­zar, contribuyendo a la eficacia de la propaganda que va camino de convertir toda crítica en delito. Ya sabéis: lo que no esté prohibido, será obligatorio.

Ante esto, declaramos bien alto: que algo sea ilegal no lo convierte en factor de daño social, sino en peligro para quienes dicen prote­gernos, peligro de que se descu­bra que no son necesarios o que lo son en un sentido muy diferen­te.

En este sentido es en el que so­mos inocentes: inocentes por no haber causado dolor (in nocens, sin daño), sino por combatirlo. Si eso nos sitúa en la culpabilidad según las leyes, igual es un problema de las leyes.

LA NEUROSIS O LAS BARRICADAS

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