Que Asturies es un polvorín no lo duda nadie, pero por donde estalle va a ser otra cosa. Con una tasa altísima de personas en lo que se denomina “umbral de la pobreza” y la bomba de relojería de las prejubilaciones, la situación va camino de volverse insotenible.
Con tal panorama cabría pensar que la cosa se iría radicalizando hasta llegar a un estadio de necesidad de una revuelta contra el Estado y el Capital, o eso es lo que imaginá- bamos muchos cuando pensá- bamos en este escenario social. Con el 15M parecía que llegaba otra manera de estar en la calle, lejos de la manifestación estándar del jueves a las 19:30 en el Humedal, pero la cosa fue desinflando ante la falta de resultados palpables e inmediatos. Desde luego desde la irrupción de Podemos en esta comedia que representamos se ha distorsionado la realidad de ese ciclo de movilizaciones, hasta el punto de haber quien afirma que está- bamos en un momento prerevolucionario y Podemos fue una maniobra de líderes mundiales para parar el estallido inevitable que iba a hundir los cimientos del sistema. Más allá de pajas mentales y leyendas épicas, para lo que ha servido realmente Podemos es para darnos la excusa perfecta, el chivo expiatorio con el que justificar nuestra ineficacia y nuestra autocomplacencia. Mientras, el “sector radical” en Asturies – por definir de algún modo a quienes creen en la necesidad de un cambio radical – se dedica a verlas venir, enfrascado en su guetho o apoyando batallas defensivas sectoriales, perdidas de antemano la mayoría, en las que solo puede participar haciendo bulto y se potencia cada vez más el “cada loco con su tema”, el hacer de la división una seña de identidad. La izquierda parlamentarista, esa de la que tanto despotricamos, habla de los problemas reales de la gente (desahucios, paro, etc), lógicamente desde un punto de vista reformador del sistema, pero de manera global y colectiva, más allá del “lo mío no se cierra”, del apoyo silencioso, del micromundo del trabajo industrial, etc. que afecta a una minúscula parte de la población Asturiana, hundida en el vertedero del paro o de los curros temporales y semiesclavistas, sobre todo en el sector del turismo y la hostelería. Lo mismo hace la extrema derecha, aunque de manera perronera echando las culpas a los inmigrantes, dan una explicación a los problemas colectivos. Ahora que estos dos sectores estan en auge – más el primero que el segundo– la respuesta es el despotricar y el antifascismo. Pero ser radical no es ser el más gallu de la quintana ni soltar consignas tan grandilocuentes como irreales, es ir a la raíz de las cosas, y la raíz de que estos sectores crezcan es el abandono total de las calles por parte de quienes las reclaman como medio de lucha, y la total desconexión con los problemas reales de la mayoría – incluso los propios –. Despotricar de Podemos, con la vana ilusión de desenmascarar algo que nunca tuvo careta parece ser la única actividad “revolucionaria” (sic) del momento. Sin embargo, repetir que la lucha está en la calle y no en las urnas sin salir a la esta última, resulta ya no contradictorio, sino una irresponsabilidad histórica. El problema no es que Podemos haya vaciado las calles, los que nunca creímos en Podemos la abandonamos voluntariamente y si se es asiduo a ciertas movilizaciones que hay en Asturies, se suele ver a más militantes o simpatizantes de Podemos que profetas de la calle. Respecto a la extrema derecha, resulta curioso como en las elecciones de diciembre, mientras unos celebraban el ascenso de Podemos y otros echaban bilis por la boca, un grupillo minúsculo de extrema derecha se lanzaba a cortar la calle Génova y en lugar de dar qué pensar, los antisistemas reaccionamos con comentarios en las redes asociales con un victimismo patético, en plan “¿porqué a ellos no los reprime la policía?” y perlas por el estilo, un ejemplo del victimismo defensivo e ineficaz en el que estamos apoltronados. En lugar de estar en la calle, ocupando nuestro espacio y no dejándoselo al minúsculo “peligro fascista” reaccionamos después con discursos y movilizaciones contra un problema, si es que es un problema real a gran escala, que nosotrxs mismxs hemos creado. El problema es que durante años hemos vivido en un mundo de comodidad, amparadxs en un gueto autoconstruído desde el que exorcizábamos nuestros fantamas al grito de “¡¡¡Alienadxs!!!” en lugar de construir una alternativa, y seguimos en la misma dinámica de hace 10 años, sin querer, en la mayoría de los casos, salirse de esos espacios de comodidad. Se supone que este es el momento que estábamos esperando para enfrentarnos cara a cara con el Estado y el Capital, pero nos pilló de sorpresa, y ahora no sabemos ni que hacer. Construir espacios y reforzar los ya existentes, lo más desmercantilizados que sea posible, que no se conviertan en refugios en los que encerrarnos sino que se orienten hacia afuera para encontrarnos y debatir, difundir, intercambiar, actuar y demostrarnos a nosotrxs mismxs y a los demás que otra manera de relacionarse no solo es posible sino necesaria debe ser una tarea irrenunciable. Otra es romper con la dinámica de acudir a movilizaciones ajenas a figurar sin más, reforzando y multiplicando las propias y por supuesto, cambiando la manera de realizarlas, dejando de lado el vanguardismo y el hacer por cumplir. Que detengan a varixs compañerxs en toda España (por poner un ejemplo) y la respuesta sea ir a sacarnos la foto no es más que paripé. No se trata de eso, sino de combatir el mensaje del sistema, y lo mínimo es informar al resto de mortales, con un panfleto mínimamente comprensible, de porque se está ahí. Puede parecer de cajón, pero es algo que no se suele hacer. Desde luego mejorar la comunicación tanto hacia adentro como hacia afuera es apremiante y difundir la realidad de que este es un mundo global y totalitario y que para enfrentarnos a el debemos enfocarlo de manera total y no por sectores debe de ser un objetivo mínimo que marcarnos. Respecto al mundo de la esclavitud asalariada, o se rompe con la mentalidad de un pasado industrial ya extinto y se centra en lo realmente existente, sobre todo en hostelería, denunciando las condiciones de mierda de este sector, algo que estamos empezando a hacer desde el anarcosindicalismo; o no tenemos nada que hacer en el ámbito laboral. Pero no todo es el mundo del trabajo, los problemas de la mayoría de nosotrxs y del resto de la población vienen del paro, de la explotación y eso deriva en desahucios, cortes de suministros de agua y luz, etc. Y no es que nosotrxs seamos una vanguardia de revolucionarixs profesionales externos a la clase obrera, somos nosotrxs mismxs quienes sufrimos esos problemas. Si no somos capaces de solucionar lo que nosotrxs mismxs padecemos, difí- cilmente vamos a ser capaces de mostrar que se puede dar la vuelta a esta manera de vivir. En definitiva, toca ser conscientes de que tenemos una responsabilidad histórica y que estamos en un momento clave que no podemos dejar pasar. Toca preguntarnos si realmente creemos en la necesidad de una revolución que tumbe el sistema o si solo es una especie de “identidad” en la que refugiarnos. En el primer caso, confluir en el anarcosindicalismo y tratar de juntarse en otros ámbitos con compañeros próximos parece una buena herramienta. Toca tirar de humildad y asumir los errores que se cometen y seguir trabajando para comenzar a equilibrar fuerzas, romper con los mensajes victimistas y los lloriqueos y pasar a la ofensiva y por supuesto, dejar de echar balones fuera, auto-organización significa eso: auto-organizarse y lo que haga Podemos es cosa de Podemos. Seguir autoconvenciendonos de que Podemos manipula a la gente para llevarla hacia lo institucional resulta muy cómodo, pero la realidad es que a día de hoy no hay otra alternativa para la mayoría y nosotros somos quienes debemos construir esa alternativa con hechos. Seguir encerrados lamentándose de la alienación de la “gente normal” resulta muy fácil, lo difí- cil es asumir que la mayor de las alienaciones es la nuestra: la alienación de la autocomplacencia. Nos hemos impuesto la humilde meta de destruir un mundo y desde sus cenizas construir el nuestro, así que habrá que ponerse a currar realmente y sacar a la calle de nuevo la anarquía. La radicalidad debe ser hecha común. De nosotrxs depende, porque las condiciones objetivas están hasta los ovarios de esperar por nosotrxs.