Problemas y respuestas del sindicalismo revolucionario
Conferencia pronunciada por José Luis García Rúa en la Federación Local de Madrid, con motivo del Otoño Libertario 2007. Editada por el sindicato del Metal de la CNT Madrileña.
Es de sobra conocida la relación de proporcionalidad inversa entre lo intenso y lo extenso, y el pueblo parece tenerla bien determinada en el dicho “el que mucho abarca, poco aprieta”. Es claro, sin embargo, que, para dar por buena esta aserción, es necesario tener bien determinado, junto a ella, el alcance semántico concreto de los términos “intensión” o “intensidad” y “extensión”, que no en todos los casos presentan el mismo arco de matizaciones. Por lo que respecta al mundo del trabajo y de la lucha obrera, el tema es de importancia fundamental, pues en él estriba la posibilidad o imposibilidad de ser, al mismo tiempo, público y revolucionario.
En el campo libertario, tal cuestión fue objeto de debate, si no permanente, sí recurrente, y el hecho de que esa recurrencia se haya venido manifestando, sobre todo, en períodos de especial persecución y represión del movimiento obrero creemos que sea suficiente factor probatorio de que el dilema, lo uno o lo otro, no depende de una contrariedad intrínseca del movimiento mismo, sino de elementos históricos aleatorios, o sea, algo de fuera, algo externo correspondiente al escenario variable, en el que el movimiento ha de desarrollarse, aunque es claro que, con esa variabilidad, debe contar de antemano todo proyecto estratégico en el campo de la lucha político-social.
Cuando Giusseppe Fanelli, tras parlamento con Miguel Bakunin, viene a España, mediado el mes de noviembre de 1868, disfruta de una facilidad de movimientos al amparo de la revolución setembrina que derroca a los Borbones, lo que le permite la toma de contactos pertinentes que habrían de llevar a la constitución de la sección madrileña de la AIT, el 24 de enero de 1869, con los nombres sobresalientes de Tomás González Morago, Francisco Mora y Anselmo Lorenzo (todos, obreros manuales), y a la de Barcelona, el 2 de mayo siguiente, con los nombres sobresalientes de Rafael Farga Pellicer, Gaspar Sentiñón, Trinidad Soriano y José García Viñas (con predominio de los intelectuales). Esta que podríamos denominar relativa bonanza política, que facilita los primeros pasos de la Internacional en España, dura, con altibajos, hasta la caída de la I República, a principios de 1874, aunque ya con el último presidente, Emilio Castelar, se había perseguido con dureza a la FRE (Federación de la Región Española de la AIT) por su actividad en los movimientos cantonalistas que precedieron al fin del unienio republicano.
Algo fundamental y determinante para el movimiento obrero español fue el hecho de que Fanelli no haya venido a España sólo como embajador de las ideas de la Asociación Internacional de los Trabajadores, sino también de las ideas de la Alianza Democrática Socialista, fundada por Bakunin y que, más tarde y en ese mismo año, habría de acceder a la AIT como sección ginebrina. Fanelli expuso y defendió, ante sus interlocutores, documentos con los estatutos, principios y programa de ambas organizaciones, así como el “Manifiesto a los trabajadores del mundo”, redactado por Carlos Marx, y no sabemos si por mayor incidencia y calor de Fanelli en la exposición de uno de ellos o por la propia idiosincrasia de sus interlocutores, éstos, tanto en Madrid como en Barcelona, sin rechazar el contenido de ninguno de los textos, que, además, no incluían contradicciones intrínsecas, quedaron, como más radical, más impresionados y más bajo la influencia del programa de la Alianza, que, aquí en España, ya antes del primer Congreso de la FRE, en abril de 1870, se había constituido como sociedad secreta y empezado a funcionar como grupo informal de trabajadores de mayor dedicación, radicalización y convencimiento, en el seno de los estatutos y acuerdos de los Congresos de la AIT. Ello va a decidir, desde el origen, la especial idiosincrasia del movimiento obrero español de signo libertario, definido por un sabio y no siempre fácil equilibrio entre dos elementos de tensión, a saber, el principio anárquico de carácter finalista y, por ello, mediatizado siempre por el horizonte de futuro, y el principio utilitario y reivindicativo, de realización inmediata, atado, por definición, al presente o futuro más inmediato. Ambos elementos tensionales contienen potenciales situaciones extremas de carácter vicioso, la de raíz anárquica que deriva al individualismo nihilista y a la indiscriminada “propaganda por el hecho”, y la otra, concretada en el reivindicativismo tradeunionista y reformizante. La dificultad del equilibrio entre esas peligrosas situaciones extremas radica en su sensibilidad a las alteraciones históricas que comporten fuerte restricción o anulación de las libertades fundamentales, o aquellas en las que la formalidad de tal concesión viene condicionada por la contrapartida de integración en el sistema por parte del “beneficiado”, dado que las situaciones políticas de tal signo favorecen o promueven la presencia y actividad de las viciosas situaciones extremas de que hablamos.
A partir de la segunda mitad de 1871, el agravamiento de la situación política y, con ella, la mayor dureza represiva sobre el movimiento obrero en general y, mucho más en concreto, sobre la línea libertaria de tal movimiento influye poderosamente a favor de la desestabilización de la colaboración equilibrada de ambas fuerzas tensionales y como catalizador de sus mutuos desencuentros efectivos, sobre todo, después de que, una vez vencida la Comuna de París por el traidor Thiers con la ayuda de Bismarck y de haberse realizado sobre los comuneros una de las mayores matanzas históricas que se conocen, Jules Favre, ministro de Asuntos Exteriores, en el gobierno de Thiers, hubo cursado, el 6 de junio de 1871, una carta circular a todos los gobiernos del mundo instándoles, con falsas inculpaciones, a que procedieran a una represión mortal inmediata sobre la Internacional, presentando a ésta como el inminente o mayor peligro potencial para los mismos. Simplemente coetáneos con estos hechos o con alguna relación con ellos, se dan los enfrentamientos, en el interior de la AIT, entre los partidarios de utilizar la línea de confrontación política parlamentaria y los partidarios de la lucha exclusiva en el terreno de lo social (línea marxista frente a línea bakuninista libertaria),y que van a concluir, en el Congreso de La Haya de septiembre de 1872, con la ruptura de la AIT.
Aparentemente, la ruptura sin paliativos, en la segunda mitad de 1871, entre Tomás González Morago y Francisco Mora, ambos miembros de la Comisión Federal de la FRE y ambos miembros también de la Alianza, fue de carácter personal, ya que González Morago, en su momento, no quiso explicitar los motivos de la misma. Los acontecimientos posteriores, sin embargo, que van a definir a Morago como incondicionalmente libertario y a Mora como instrumento de Paul Lafargue (yerno de Marx y activo en España para cumplir los dictados de Federico Engels), así como cofundador de la UGT y del PSOE, son claramente probatorios de que, ya desde la segunda mitad de 1871, se están dando explícitamente los fenómenos de separación entre la línea política y la libertaria, por un lado, y, por otro, dentro del campo libertario, los factores de tensión entre el elemento anarquizante y el tradeunionista, si bien hay que dejar claro que no dejaron de darse interferencias entre uno y otro campo.
La lucha interna de la línea política apuntaba, ya desde el principio, a la aniquilación del elemento aliancista (bakuninista) en el interior de la FRE, al que tenían, por defensor máximo de la tendencia anárquica, como su mortal enemigo. Engels, desde Londres, actuaba a través de su peón Lafargue, activo en España, y éste a través de sus instrumentos, Francisco Mora y José Mesa, antiguos miembros de la Alianza, para acopiar todas las inculpaciones anti-Bakunin que habría de intentar hacer efectivas en la Conferencia de Londres de 1871 y en el Congreso de La Haya de 1872. De lo que se trataba era de acabar con el elemento anárquico en el seno de la Internacional como fundamental baluarte antipolítico frente a los planes de Marx y Engels. En una carta enviada por Lafargue a Engels (ver Federico Engels, Correspondance, Ediciones Sociales, París 1959, vol. III, pág. 459, citado por Abel Paz, Los Internacionales en la Región Española, pág. 219), el yerno de Marx le dice: “Habrá usted visto el artículo de Mesa en La Emancipación (“Un nuevo partido”), en donde él ataca de frente a los hombres de la Alianza (porque, si queremos crear un partido o transformar a la Internacional en Partido) hay que comenzar por matar a la Alianza…, y dice ´ Para hacer de la Internacional el partido de acción revolucionario, nosotros vamos a exponer las líneas generales que sigue el movimiento obrero en Europa, el papel que el Comunismo ha jugado y el papel a que está llamada a jugar la Internacional. Ya hemos publicado en el último número (La Emancipación) un artículo sobre el Partido socialista alemán (seguirán otros) ´ ”. Al lector conocedor de la historia del movimiento libertario y de la CNT este lenguaje tiene que sonarle archifamiliar, en las diferentes variantes, en que se viene, recurrentemente, articulando.
Son los momentos de la gran represión iniciada con las órdenes de Práxedes Sagasta (mayo-junio, 1871), de que los gobernadores civiles pusieran a la Internacional fuera de ley. Eran, pues, los momentos también, en que los miembros de la Alianza, por su carácter secreto, informal y autónomo-organizativo, podían prestar un especial mayor servicio a la FRE, lo cual redundaría, evidentemente, en un afianzamiento de su prestigio, cosa que no estaba dispuesto a consentir el grupo pro-marxista, Francisco y Angel Mora, José Mesa, Pablo Iglesias, orientados por Paul Lafargue, quienes, actuantes todavía desde el seno de la FRE, proponen, para impedirlo, la creación de una estructura sustitutiva de la Alianza y paralela a la Organización con su correspondiente Comité Central, “Los defensores de la Internacional”. (También este “paso” les tiene que sonar familiar a los conocedores de la historia más reciente de la CNT). Pero, no contentos con esto, dan un paso más y declaran, públicamente, en la Prensa, la disolución de la Alianza, una operación en la que el propio Paul Lafargue, en su correspondencia con el periódico belga La Liberté, además de por intermedio de Federico Engels en Londres, y a través del citado grupo- Mora, en ese momento ya expulsado de la Federación Local madrileña, en el órgano La Emacipación ya comentado, no tiene inconveniente en mostrarse como chivato, dando a la publicidad, y con ello, verosímilmente, a la policía, nombres y apellidos de compañeros supuestamente clandestinos, que, además, venían actuando como real soporte de la FRE.
Es en estas circunstancias de ataques externos e internos donde a la cualidad organizativa de la FRE se le plantean problemas de cuestionamento estratégico que afectan a la estructura y que, en mayor o menor extensión, van a aflorar a lo largo de la historia del movimiento libertario en el campo del trabajo. De tales problemas toma nota ya Max Nettlau, quien nunca dejó de moverse en el campo libertario y de ser crítico radical con la forma y el contenido de la escisión que conduciría a la creación de la II Internacional, pero que, también, fue siempre de la opinión de que, dentro del respeto estricto de las pautas anárquico- revolucionarias, la organización libertaria obrera debe, siempre, ser o aspirar a ser una organización de masas. El problema radica sólo respecto del grado o nivel revolucionario efectivo exigible a esas masas, un término éste, por lo demás, abominable para el lenguaje libertario y que el historiador anarquizante alemán no emplea. Está Max Nettlau comentando las cuestiones planteadas en el seno de la FRE a partir de la segunda mitad de 1871 y 1872 hasta la ruptura de la AIT, y dice, entre otras cosas, lo siguiente: “Hoy, sabemos que un sindicalismo grande por su número de adherentes termina por ser reducido en ideas, y que un sindicalismo muy avanzado por su ideal es débil numéricamente: ese sindicalismo universal y avanzado es un sueño, y podemos decir que, si llegara a existir, no tendríamos necesidad de él: todo el mundo sería libre y feliz sin él.” (Ver Max Nettlau, La Première Internationale en Espagne (1868-1888), pág. 68. Edición revisada por Renée Lamberet y publicada por Reidel, Amsterdam, 1973. Ver la cita también en Abel Paz, Los Internacionales en la Región Española (1868-1872), pág. 169). Dejando para otra ocasión lo que pueda entrañar la última parte del comentario de Nettlau, nos interesa ahora atenernos a la primera parte, por lo que hace de relación con la aserción de que partíamos en este trabajo, la que afirmaba la determinada inversa proporcionalidad entre la extensión numérica y la intensión cualitativa, y que va a ser objeto del debate principal y central a lo largo del presente trabajo.
Consumado, en La Haya en septiembre de 1872, el divorcio entre la línea de lucha política, marxista, y la de lucha social, bakuninista, la cuestión queda clarificada para el sector libertario, después de que, sólo unos días posteriores al Congreso de la capital holandesa, los contrarios a las resoluciones de ese Congreso, reunidos en Saint-Imier, en el Jura suizo, definieran con claridad las ideas fuerza y líneas maestras de la organización revolucionaria obrera, dentro de parámetros anarquistas. Conocidos en España todos estos acontecimientos, así como sus repercusiones doctrinales y organizativas, la casi totalidad de la FRE, ya de antemano separada del pequeño grupo pro-marxista arriba comentado, abraza, sin reservas, los planteamientos de Saint-Imier como una confirmación de lo que ya había venido siendo su práctica, y suscribiendo, con ello, la afirmación de la posibilidad de ser, a la vez, público y revolucionario, y organización de masas al mismo tiempo que de avanzada en el orden del ideal. Y es sobre esa base sobre la que alcanza un desarrollo extensivo excepcional y extraordinarios resultados en el campo de las reivindicaciones obreras y de las realizaciones ideológicas y culturales. Es también con esa fuerza con la que pone en práctica su particular y diferenciada lucha en aquel ambiente de movimiento general federalista, antimonárquico, y en la concreción cantonalista del año republicano.
La prueba de fuego para la FRE como organización revolucionaria de lucha obrera sobrevendrá ya en las postrimerías de la I República, en las que el presidente Emilio Castelar ejerce una dura represión sobre todo el ámbito de los movimientos obreros, y mucho más, a partir del inicio de 1874, tras la situación de interinidad creada por el golpe del general Pavía y el gobierno provisional donde el general Martínez Campos campa por sus respetos, dando ya lugar a que la FRE dictamine que las Federaciones Locales que no puedan reunirse hagan su labor en clandestinidad y procedan a la organización de grupos de acción revolucionaria; y que aquellos locales de la FRE que sean allanados por la fuerza pública se conviertan en Ateneos, escuelas o sociedades de socorros mutuos. Consecuentemente con el recrudecimiento de la represión, la reversión sobre sí misma de la organización obrera es continua y progresiva. Así, en el IV Congreso de la FRE, acontecido en Madrid, del 21 al 24 de junio de 1874, se acuerda la vertebración orgánica clandestina y que los congresos nacionales sean sustituidos por conferencias comarcales.
El 29 de noviembre de ese mismo año se da ya pie al largo proceso histórico conocido como La Restauración, tras el levantamiento de Martínez Campos y otros y el exilio del general Serrano. El, para el movimiento obrero, nefasto Cánovas del Castillo configura un ministerio-regencia, y, el 14 de enero de 1875, Alfonso XII entra, ostentosamente, en Madrid. Por fin, el 7 de febrero, y para culminar el proceso de represión iniciado, se prohíbe, definitivamente, el derecho de reunión.
La FRE procede, ahora, al funcionamiento por Conferencias Comarcales y deriva, tras una revisión de estatutos, a “organización revolucionaria secreta”. Se constituyen grupos de vigilancia y propaganda por parte de aquellos que no estén en condiciones de constituir grupos de acción. La Comisión Federal formará un Comité revolucionario o de Guerra y se encargará de la confección de un reglamento. En tal situación y en una cuestión tan sensible para el movimiento libertario, se hacía inevitable la aparición de divergencias sobre el alcance y función del Comité de Acción Revolucionaria, y, como sucede, normalmente, en este tipo de situaciones, las tendencias reformistas, alimentadas por los grupos marxistas anteriormente escindidos e inclinados a una tibia actividad de crear cooperativas, ven ahora, en un clima de controversia, ocasión de aflorar. Es así como, en 1877, tiene lugar, en Barcelona, un congreso de esa tendencia que dice apetecer la unidad de las sociedades de resistencia y cooperación (“ya que aspiran al mismo fin, aunque por caminos distintos”), se manifiesta contra las huelgas y proclama la recomendación de que todas las sociedades “deben convertirse en cooperativas de producción”. Ya en la primera parte del Congreso, una parte de los delegados se retira denunciando que lo que se proponen los organizadores con tal reunión es la división de la clase obrera. En el resto, hubo disensiones y el proyecto político reformista fracasó.
Era, como decimos, natural, en una situación de crisis como aquella, la aparición de nuevas divergencias y la agudización de otras anteriores, lo que motivó que Kropotkin, como compañero de prestigio ácrata universalmente reconocido, viniera, en 1878, a España, y, concretamente, a Madrid, para mediar entre las posiciones divergentes. El clima llevaba a un proceso de radicalización, en un sentido y en otro, y hacía que medidas que se habían tomado, años antes, con un carácter táctico fueran, más tarde, defendidas con carácter estratégico. Así, el aviso de “retirada al Monte Aventino”, o sea, el paso a clandestinidad, que, tácticamente, se había dado, de forma provisional en 1874 y efectiva en 1875, empieza, en las postrimerías de los años setenta, a ser defendido con carácter estratégico, hasta el extremo de provocar la separación de dos íntimos compañeros de Alianza, Anselmo Lorenzo y José García Viñas; se acentúa la valoración autonomista, que, en sentido negativo, llega, en alguna ocasión, a rozar el principio federalista, pero subsiste, sin embargo, íntegra una voluntad clara de respeto de los estatutos, que garantizaban la línea ácrata frente a cualquier interpretación excesiva de la autonomía, y a la Comisión Federal siguen siendo llamados, por su prestigio, compañeros del tono de Rafael Farga Pellicer, Trinidad Soriano, García Viñas, Francisco Tomás y el mismo Lorenzo, quien, sin embargo, tuvo un tropiezo serio en una ocasión.
Como con frecuencia ocurre, la voluntad represiva de los poderes constituidos de la Restauración no acertaban a abarcar en completo el área de su proyecto de represión, y algunas Federaciones Locales habían escapado al furor represivo de Cánovas del Castillo. Por otro lado, a principios de 1881, vuelve Sagasta al poder y, por necesidades internas de razón política, se produce un aflojamiento de la presión gubernamental, que se concreta en que, el 17 de febrero, se curse a los gobernadores civiles una circular con la orden de “respetar el derecho de expresión y asociación reconocidos por la Constitución y la ley”. Como la voluntad mayoritaria de la Organización era la de recurrir a la clandestinidad revolucionaria frente a persecuciones dictatoriales, pero también la de buscar la expresión pública, siempre que las circunstancias políticas lo permitiesen sin menoscabo de principios y actuaciones, ya el 20 de marzo de 1881, tiene lugar, en el teatro Odeón de Barcelona, una reunión ampliada, de signo claramente internacionalista, para la constitución de secciones obreras. En junio, aparece la Revista Social con un editorial de carácter claramente proudhoniano, y, el 10 de julio, 50 secciones encargan a Farga Pellicer los preparativos para la realización de un Congreso Regional Obrero, que, a pesar de la oposición de algunos miembros de la Comisión Federal será llevado a la práctica los días 24 y 25 de septiembre de ese mismo año.
Que algunos miembros de la Comisión estuviesen en contra de tal Congreso tiene, en parte, explicación en el hecho de que la estabilidad política favorable no estaba, ni mucho menos, asegurada, y, en parte también, porque el clima ácrata europeo parecía, en general, ser favorable a una positiva valoración estratégica de la clandestinidad, posiblemente, porque, en la medida en que aumentaba la actividad pública del sector pro-marxista que aceptaba las instituciones burguesas como campo de lucha política dentro de los parámetros establecidos, aumentaba también la específica y represiva persecución sobre la línea obrera libertaria, llegándose a imposibilitar, o así se estimaba, la expresión pública de este movimiento.
El caso es que, en el campo internacionalista y bajo estas premisas, se había realizado, del 14 al 20 de julio de ese año, el Congreso Revolucionario de Londres, del que no puede decirse que haya tomado resoluciones faltas de una meditación debida, pues grandes cabezas y espíritus revolucionarios, tales como Louise Michel, Errico Malatesta y Piotr Kropotkin, entre otros, habían sido participantes de sus largas deliberaciones. El carácter anárquico de este Congreso queda revelado en su manifestación explícita de que no se reconoce a sí mismo más derecho que el de expresar indicaciones de carácter general que han de ser valoradas por las diferentes comunidades Regionales, y su radicalidad revolucionaria queda manifiesta en su pronunciamiento por la ilegalidad y la “propaganda por el hecho”.
Por lo que respecta a la Región Española, las sociedades obreras ya habían manifestado, desde el comienzo del segundo semestre de ese año, su voluntad de abandonar la ilegalidad, y la interpretación del Congreso de Londres que, en España, Farga Pellicer y demás asistentes a tal Congreso hacen de las resoluciones del mismo, es la de que el núcleo de las mismas es la defensa de la acción directa, pero que ésta no viene, necesariamente, definida por la violencia, sino por su oposición a la acción mediada, es decir, por la negación de toda estructuración burocrática que pueda negar o deformar, en cualquier nivel de la Organización, las decisiones acordadas en los niveles más bajos de la misma, así como por no admitir como actos organizativos más que aquellos que, federativamente, sean realizados desde las mismas bases y los que, arrancando de estos niveles, sean trasladados, mandatariamente, a niveles superiores de coordinación . Por otro lado, el carácter radical del congreso setembrino queda manifiesto ya de inicio, pues, ya en la primera sesión del mismo, se rechaza y expulsa a Pablo Iglesias por divisionista, y el pendón que se levanta es el de “Salud, Autonomía, Federación Y Colectivismo”.
La FRE, puesta fuera de ley desde los inicios de La Restauración, había sido sustituida por diversas formas de estructuración clandestina. Ahora, en el Congreso de 24-25 de septiembre de 1881, se recompone su figura como organización de amplitud de base y con el nombre de Federación de los Trabajadores de la Región Española (FTRE). El principal artífice de tal iniciativa, requerida por las Secciones como más arriba se ha visto, fue Rafael Farga Pellicer, quien ya con anterioridad, en sus contactos anárquico-europeos, había quedado fuertemente impresionado por los planteamientos teóricos del belga De Paëpe que sostenía que la Internacional habría de servir, no sólo como instrumento de la revolución, sino de organismo de vertebración social en la sociedad posrevolucionaria. La expansión de la FTRE fue, en efecto, vertiginosa. Cinco meses después de su creación, cuenta ya con 75 Federaciones Locales y 269 Secciones, y, en su segundo Congreso (24-26 de septiembre de 1882), realizado en Sevilla, se mostrará como la organización obrera más fuerte de la época, con 60.000 afiliados, 230 Federaciones Locales y 700 secciones, extendidas a lo largo de toda la geografía española.
Pero la importancia de este Congreso no radicará sólo en la exposición de su fuerza organizativa, sino en que, en él y por primera vez, se toma posición respecto del sentido de la igualdad en la sociedad futura, abriéndose con ello un muy positivo debate de crecimiento ideológico que se extenderá por mucho tiempo en el movimiento libertario. La postura general originaria manifestada en él, en cuanto al terreno económico y puesto que era de extracción bakuninista, era la de defensa del colectivismo, que sostenía a los propios productores como propietarios de su producción íntegra. Frente a ella, fue defendida por Miguel Rubio, de Montejaque, la postura anarco-comunista (producir según la capacidad, recibir según la necesidad). En la postura colectivista, defendida por Llunas, de Barcelona, traslucía, a pesar de Bakunin, una cierta actitud individualista, pues (“se exigía de cada uno, según su voluntad, y se retribuía a cada uno según sus obras”), mientras que en el principio anarco-comunista “se exigía de cada uno según sus fuerzas y se retribuía a cada uno según sus necesidades”. Y nos parece importante poner atención en la significación de este largo debate, pues, en él, se pone, por un lado, de relieve la superación de horizontes dentro del proceso de pensamiento ácrata, y, por otro, la fidelidad al quantum de razón del pensamiento primitivo, actuante como elemento de resistencia al decurso del proceso, de lo que se extraen, como enseñanza, factores que ayudan a configurar, en mayor o menor grado, el tipo de ritmo, más bien lento y comedido, de transformación en el devenir del discurso anárquico. Olaya (ver Historia del Movimiento Obrero Español. Siglo XIX. Madre Tierra, Móstoles-Madrid, 1994, pp.614 ss.) piensa que la postura comunista de Miguel Rubio está tomada de la propia doctrina de la Alianza, cuestión en la que disentimos, pues él mismo afirma que la posición colectivista opuesta, defendida por Llunas, se apoyaba en el programa de la Alianza. Entendemos como más verosímil la explicación que pone la aparición, en España, de estas ideas novedosas en relación con los contactos directos e indirectos que, aquí, se tenían con Pedro Kropotkin, quien, ya en un Congreso de la Federación jurasiana en la ciudad de Chaux des Fonds (1879), había abierto la polémica sobre el tema, y había reincidido sobre él, en la misma ciudad y en compañía de Eliseo Reclus y de Cafiero, en el octubre del año siguiente.
No debe olvidarse, por otro lado, que personalidades relevantes en el movimiento y en el pensamiento anárquico, como Fermín Salvochea, tenían abrazados los razonamientos que incluía la posición anarco- comunista. Este militante gaditano, en sus estancias en Inglaterra, había tenido los oportunos contactos kropotkinianos, de los que había derivado la traducción de varios artículos del propio Kropotkin y de otros, en el sentido comunista que comentamos, y, cuando, después de su encarcelamiento en La Gomera, vuelve a Cádiz en 1886 y crea el periódico El Socialismo, difunde, ampliamente desde él, tales ideas anarco-comunistas; si bien es de poner de relieve que, como es propio, nunca lo hizo en sentido polémico excluyente, sino, al contrario, resaltando la familiaridad de ambos conceptos, colectivismo y comunismo, y presentando la postura anarco-comunista como un enriquecimiento de la postura colectivista.
La política gubernamental no podía dejar respiro al movimiento libertario obrero. De un lado, el régimen de la Restauración estaba, por definición, instalado en el turno alternativo de liberales y conservadores, sin mayores diferencias entre sí en las cuestiones decisivas, y el empuje social de la FTRE era, para ellos, un grave inconveniente, lo que explica los urdidos y monstruosos complots oficiales de la Mano Negra, en 1882, y de los sucesos de Jerez, diez años más tarde, con siete agarrotados, en el primer caso, y cuatro, en el segundo, más centenares de obreros y campesinos torturados, encarcelados y desterrados a ultramar. Un clima de inestabilidad, inseguridad y expectación que no podía dejar de hacer sentir sus efectos en forma de tensiones internas dentro de la FTRE, donde surgían conflictos de carácter doble, pues, de un lado la Comisión Federal había de enfrentarse a los efectos del litigio colectivismo/comunismo, y, de otro, a la minoría que seguía defendiendo la estrategia de lucha clandestina para la Organización, y que veía reforzados sus argumentos en la represión de que era objeto el movimiento obrero. La presión en este sentido no cesaba y, por eso, en el Congreso del 8 al 10 de septiembre de 1883 en Valencia, con la presencia de 11 uniones de oficio, 539 Secciones, 11 Federaciones Comarcales y 222 Federaciones Locales, se llega a la conclusión condicionada de que “si no es posible la vida pública en derecho, se recomienda la retirada al Monte Aventino (lucha clandestina), hasta mejores tiempos”.
Se producen, en este clima, divergencias y expulsiones y se da lugar a que, en la Barcelona de 1884, se produzca un Congreso clandestino, que, por un lado y respondiendo a la dualidad organizativa, permite la solución reformista de que, en una misma localidad haya dos Federaciones Locales distintas, y, por otro, toma la decisión radical de la retirada al Monte Aventino, o sea a la lucha clandestina. Este Congreso es impugnado por “vicioso” (no es orgánicamente convocado) por el Congreso Comarcal de Castilla la Nueva y la Comarcal de la Andalucía del Oeste, que siguen ateniéndose al Congreso de Valencia de 1883.
Este Congreso de Barcelona de 1884 sigue siendo, sin embargo, muy significativo por otras razones, pues en él se reflejan, por primera vez, en el plano teórico, y por lo tanto en el ámbito estratégico, cuestiones que, hasta entonces, habían venido siendo esgrimidas sólo en el campo de la táctica, y es, a saber, que la línea reivindicativista obrera es tenida por contraria, o por no adecuada, para llegar al ideal revolucionario que, desde el campo anárquico se apetece. Ello, visto desde la óptica contraria, hace nacer la discusión sobre si, y en qué condiciones, es correcta o no la presencia de una sociedad secreta de carácter anarquista en el seno de la organización obrera. Ya vimos, anteriormente, que la vieja Alianza había sido declarada disuelta no sólo, falsamente, por el escrito público en La Emancipación por el grupo Mora-Mesa, sino por una declaración firmada de Rafael Farga Pellicer y José García Viñas, entre otros, entre los años 71 y 72. Sin embargo, Anselmo Lorenzo sigue, positivamente, hablando de ella todavía para finales de los setenta y principios de los ochenta. Merece, pues, por su importancia, seguir la pista de esta tendencia.
El 9 de abril de 1882, seis meses después de constituida la FTRE, una reunión de militantes en Barcelona, acuerda el carácter público de la Organización, o sea, se da, en esto, parabién a los acuerdos de la FTRE, pero, a la vez, promueve la organización de una sociedad secreta con Estatutos propios, con lo que queda probada la persistencia, en la conciencia de un importante grupo de compañeros, de la necesidad de una organización específica que se estima garante de la firmeza de los principios revolucionarios dentro de la organización de masas, en la que los obreros tienen cabida, simplemente, en su calidad de obreros. En los momentos que comentamos del Congreso de Barcelona de 1884, este Congreso había venido precedido por la constitución, en el mes de enero, de otra organización clandestina, “Los Desheredados”, que ya había hecho dos congresos previos al de Barcelona y otro más que hizo poco después, en el mes de diciembre. De tal organización secreta dimana ya la argumentación de que no se puede ser público y revolucionario al mismo tiempo, o sea que se sostiene el carácter intrínsecamente contradictorio de ambas líneas. Se defiende, ahora, que los hechos de fuerza que desde la Organización se produzcan deben influir en que las determinaciones de la masa resulten dentro de los principios revolucionarios por los que se rige la Organización. Se decide la organización por grupos y la aceptación de las resoluciones por mayoría, así como se acuerda la separación respecto de la FTRE, aunque no de la AIT, pues afirman seguir, estrictamente, los dictámenes del ya mencionado Congreso Revolucionario de Londres de 1881. Causa extrañeza, sin embargo, la toma de postura colectivista, ahora ya radicalmente teorizada, en ese Congreso de Barcelona, a la vez que su adhesión estricta al Congreso de Londres, donde se presume que hayan sido importantes las aportaciones de Kropotkin, quien, públicamente, viene ya defendiendo sus ideas anarco-comunistas desde 1878. El dictamen sobre tal tema en el Congreso de Barcelona es: “nadie percibirá más que el equivalente a los productos que haya realizado, lo mismo que nadie producirá más que aquello que necesite para reponer las fuerzas físicas”. Tal radicalización nosotros no podemos entenderla más que como una respuesta polémica al hecho de que, en el seno de la FTRE, la postura anarco-comunista iba ganando, manifiestamente, posiciones, lo que se traduce en el hecho de que, en el “Certamen Socialista” de Reus, en marzo de 1885, a pesar de que la orientación general sigue siendo favorable al colectivismo, se manifiesta un claro intento de armonización entre la teoría colectivista y la comunista.
Ya dijimos que el Congreso de Barcelona de 1884 había sido impugnado, por “vicioso”, por importantes comarcales de la Región, y el reflejo de ese descontento se manifiesta en un Congreso, convocado por 41 Federaciones Locales en Madrid, en mayo de 1885, que se pronuncia por la legalidad, y acuerda asistir a otro Congreso, convocado por la Comisión Federal en Barcelona del 22 al 24 de julio siguiente, el cual dictamina que la Federación de los Trabajadores de la Región Española es, como tal, una organización pública, pero permite a sus miembros libertad de acción “siempre que no se aparten de los principios anárquico-colectivistas”. Desde el inicio de 1886, pocos meses después de la muerte de Alfonso XII y tras la dimisión de Cánovas y su sustitución por Mateo Sagasta que concede algunas libertades, las querellas internas, en el seno de la FTRE y del movimiento libertario, ceden ante la magnitud de los acontecimientos que se producen en América: la tragedia de Chicago, el estruendo levantado por el proceso montado contra los protagonistas de la acción de Haymarket, y, sobre todo, la campaña internacional por la jornada de las ocho horas mantienen acaparada la atención y concentrada la acción del activismo libertario. Por otro lado, algo se va moviendo en el campo de las resoluciones teóricas de la Organización, pues, en el Congreso de Madrid de 1887 (15-17 de mayo), aunque sigue preponderante la postura colectivista, hay ya una variación fundamental. No se trata ya de la afirmación rotunda de la propiedad íntegra del producto por el productor, sino de la del “producto proporcional del trabajo, impuesto por el principio de solidaridad”.
La situación política se sigue agravando para el movimiento obrero y especialmente para el de carácter anárquico. Iniciado el año de 1888, se producen nuevas restricciones al derecho de asociación, especialmente graves para las sociedades y actividades obreras. Se multiplican la clausura de centros y los actos de represión gubernamental rayanos en la barbarie. Los mineros de Río Tinto y su población habían procedido a huelgas, plantes y manifestaciones en protesta contra la cremación por la Empresa, a cielo abierto, de los minerales sulfurosos que causaban estragos entre la población civil. La protesta fue masiva y contundente, y la respuesta de Empresa y gobierno, criminal: se lanzó al ejército contra el pueblo con el resultado de 20 muertos y 100 heridos.
Las divergencias aumentan. De ellas da cuenta la Comisión Federal, y, aunque la mayoría está en contra de un Congreso, que se presumía rupturista, la Comisión lo convoca para el 19-21 de abril de 1888, con la presencia de sólo 27 Secciones, 3 Consejos Locales y 6 Federaciones Locales. El Congreso se pretende unitarista y acuerda “la unión de los trabajadores, sin ningún género de abdicaciones de individuos y sociedades”. Se acuerda, igualmente, la disolución de la FTRE y la creación de una Federación de Resistencia, basada en un “Pacto de Unión y Solidaridad”, que respeta la autonomía y declara que no importa la forma de pensar y que lo que hay que potenciar es la fuerza resistente del proletariado. Se da apoyo incondicional a toda huelga. La Comisión creada era puramente relacionadora y suministradora de datos.
Era claro que no se quería prescindir de nadie ni herir la susceptibilidad de nadie, pero era también claro que las conclusiones eran de gran confusión y que no permitían ver cómo una organización podía mantenerse sobre esas bases, que rezumaban perentoriedad por todos los costados, cosa que quedó más que manifiesta cuando se declara la ampliación del “pacto” a secciones marxistas y reformistas, que Llunas y Anselmo Lorenzo aprobaban, pero que no tardó en suscitar agrias polémicas y la protesta rotunda de compañeros distinguidos en la lucha y el pensamiento ácratas, tales como Francisco Tomás y Ricardo Mella, quien ve en la decisión un grave motivo de confusión y disgregación, y la apostrofa de “apostasía injustificable”.
Algunos creyeron, y así lo manifestaron a través de El Productor, que, al fin, se había logrado felizmente la “unidad obrera”. No así Ricardo Mella, que, por el mismo conducto, responde que se trataba de una auténtica “abdicación revolucionaria”. Sin embargo, desde el otro costado, se creía que era, precisamente, la exigencia revolucionaria la promotora de las especificaciones concretas que se buscaban. Así, Pere Esteve, en réplica a Ricardo Mella, entiende que el error está en constituir una organización de resistencia al Capital, en lugar de una organización anarquista. Esta organización, entiende él y otros, deberá perseguir la destrucción del principio autoritario, en lugar de gastar energías en reivindicaciones salariales, y este sentir parece ganar adeptos, hasta el punto de que, en el Congreso de 29 de septiembre- primero de octubre de ese mismo año, convocado por la Federación de Resistencia al Capital, se discuten las “Bases para la organización anarquista de la Región Española”, en la que se reconocen , ya sin distinción de preferencia, las escuelas colectivistas y anarco-comunistas, se declara abierta “a todos los que aceptan la anarquía” y se disuelve la Comisión Federal, sustituyéndola por un puro Centro de relaciones . Se cree asegurar así el carácter revolucionario de la Organización, pero no todos ven claras ni la efectividad de las nuevas instancias organizativas ni las posibilidades de real incidencia social. En este sentido, Francisco Tomás, Ricardo Mella y la Comarcal de Andalucía del Oeste defienden, apasionadamente, el modelo anterior de la Organización. El año de 1888 es clave en el orden de las decisiones organizativas, pues, sólo con un diferencia de meses con relación al Congreso de radicalización anarquista, se crea (12-14 de agosto) la Unión General de Trabajadores, bajo los auspicios posibilistas de Pamias, viejo miembro de la FRE, que ahuyentan los planteamientos de los partidarios marxistas, quienes, muy minoritariamente, ven la necesidad, nueve días más tarde, de constituirse en Partido Socialista Obrero Español, dando, así, pie a la contribución española a la línea estratégica que, del 14 al 21 de julio de 1889 plasmará, en la Sala Petrelle de Paris, la constitución de la II Internacional, donde volverán a enfrentarse las posiciones posibilista de Pamias y marxista de Iglesias.
Todos estos movimientos de uno y otro signo no parecen dejar de tener relación entre sí y de estar, de algún modo, condicionados unos por otros en su especificidad, dando lugar a situaciones de contradictoriedad difícilmente explicables sin ese condicionamiento mutuo. Por ejemplo, cuando en el Congreso que disuelve la FTRE (abril 88) y se acuerda la constitución de la Federación de Resistencia al Capital, Llunas y Anselmo Lorenzo, “el grupo masónico barcelonés”, aplauden la apertura del “Pacto” a marxistas y reformistas. En cambio, ellos mismos, en el Congreso de septiembre del mismo año, aparecen entre los promotores de las “bases para la organización anarquista de la Región Española”, con una postura más bien radical anárquica. Si se tiene en cuenta que la UGT se funda en agosto de ese mismo año, podemos pensar dos cosas: una, que Llunas y Lorenzo piensan, en el mes de abril, en la posibilidad de atraer a los más radicales del posibilismo de Pamias, esperanza que ya darían, en el mes de septiembre, por perdida, haciéndoles adoptar la postura radicalmente contraria. Por otro lado, no es descartable y es más bien verosímil que en la constitución inmediata de la UGT y la decisión del posibilista Pamias de promoverla, o secundarla, haya tenido mucho que ver la disolución de la FTRE y el giro anárquico del campo libertario.
Los partidarios del modelo anterior culpaban de la transformación al “grupo masónico barcelonés” de Llunas y Lorenzo, una inculpación que nosotros estimamos no tener mayor fundamento, pues ambos militaban en el bando obrero-reivindicacionista. En cambio, Pere Esteve define mejor el espíritu de radicalización específicamente anárquica, con su argumentación de que el formalismo reglamentario y estatutario frena la imaginación y la evolución de las ideas, así como con su actitud contra la táctica de la huelga porque, según él, desperdiciaba energías necesarias “para transformar la sociedad y preparar las conciencias para la revolución social”. Estas afirmaciones de Esteve las encontramos, igualmente, fuera de lugar, pues, como venimos viendo, las ideas, dentro del ritmo pensamiento/acción específicamente libertario, se venían mostrando vivas y operativas, y, por otro lado, la estructuración estatutaria y normativas orgánicas, dentro de las pautas anárquicas por las que venían discurriendo, se habían venido demostrando como un baluarte efectivo frente a las fuertes tensiones reformizantes, originadas, de un lado, por las constantes oleadas represivas de la Restauración, y, de otro, por la presencia y actividad del sector politico-marxistizante que, a partir de julio de 1889, discurrirá bajo los auspicios de la II Internacional.
Una prueba de la vitalidad de las ideas libertarias viene, además, dada por la realización, ahora, del Segundo Certamen Socialista, donde el pensamiento de Ricardo Mella vuelve a ser valorado con el primer premio, y donde Tárrida del Mármol aborda el tema en su candente actualidad, con su trabajo sobre “el anarquismo sin calificativos económicos”, en el que ya la teoría discurre por cauces de compatibilización del colectivismo y el comunismo, en un clima de incorporación positiva que aboca a la progresiva superación de horizontes, dentro de la amplitud del espíritu libertario.
La vitalidad de la Sociedad de Resistencia se va abriendo paso en medio de las terribles dificultades represivas. La actividad en el Sur, en el entorno de Fermín Salvochea, es imparable. Siendo el Leitmotiv de tal actividad la campaña por la jornada de las ocho horas, las acciones en torno a los hechos de Chicago se multiplican. No sólo serán objeto de conmemoración las acciones de mayo en Haymarket, sino la ejecución de los “mártires de Chicago” en el mes de noviembre: Las huelgas generales de los Primeros de Mayo de 1890 y 1891, promovidas por la Sociedad de Resistencia al Capital son ampliamente secundadas. Salvochea y centenares de obreros serán condenados a fuertes torturas y largos años de presidio. Con todo y a pesar de la furia represiva, en Córdoba, un Congreso de Agricultores, el 1-2 de diciembre de 1891, será un clara prueba de la rápida y amplia extensión de la Organización entre el campesinado. Lo mismo que, diez años antes, la actividad gubernamental había dado prueba, con el montaje de la Mano Negra, de que su ferocidad represiva podía ser acompañada por el refinamiento en la urdimbre de complots antiobreros, así también ahora, se pone en práctica la caza del hombre con el montaje, desde el comienzo de 1892, de los “hechos de Jerez”, que, bajo la acusación de “delito de rebelión”, va a concluir con el agarrotamiento de cuatro compañeros, la muerte de otro en calabozo por torturas, y la condena a perpetuidad de centenares más.
Los fusilamientos y las refinadas torturas de Montjuich, en 1896, tendrán ya una repercusión internacional que va a animar, aun más, el movimiento obrero libertario. Desde mediados de 1899, se procede a la reorganización de las sociedades obreras de signo anarquista, acción que se continuará en 1900 y que producirá la FSORE (Federación Sindical Obrera de la Región Española). La transformación progresiva de estos movimientos en una forma específica de sindicalismo revolucionario se verá influida, además, por las teorizaciones de George Sorel, la creación de la Confederation Générale du Travail, en 1902, en su forma unitaria, pero de predominio inicial anarcosindicalista, y la Carta de Amiens, en 1906, hasta la fundación de Solidaridad Obrera, en Cataluña en 1907, como precedente de la Confederación Nacional del Trabajo, en 1910-11.
Toda la amplia exposición histórica que precede ha sido aportada como base de experiencia de la que extraer algunas conclusiones teóricas que, creemos, puedan servir de base orientativa, no sólo para capear los momentos de crisis que se den dentro del campo anarcosindicalista, como lugar de encuentro de elementos tensionales, por el surgimiento o resurgimiento, en él, de aquellos dos extremos viciosos de que hablábamos al comienzo de este estudio, sino también para disponer de alguna base contrastada que, en situaciones inéditas, como la que se planteó al estallar la guerra civil de 1936 , permita a la Organización hacer frente a la misma, de la manera más propia y efectiva, sin violentar, ni siquiera de forma extraordinaria, los principios organizativos, y, por lo tanto, contando con el concurso unánime de toda la Organización.
Entendemos, así, que puedan ser de utilidad real las reflexiones que hagamos en tres líneas de pensamiento y crítica, a saber: una, sobre la justeza o no de la existencia, en el seno de la Organización y con consentimiento y anuencia de la misma, de grupos específicos coordinados que por su preparación moral, doctrinal y militante coincidan con otros elementos confederales en el mismo grado de preparación y disposición, como garantía de defensa de las esencias anárquicas y revolucionarias de la Organización, así como de la estructuración estatutaria y normativas orgánicas que la Organización se haya dado a sí misma y por las que se garantice la igualdad organizativa de todos sus miembros, y como garantía, igualmente, del renacimiento y reconstitución de la Organización, en el caso de que ésta hubiera de sucumbir, físicamente, bajo los efectos de una irresistible actividad represiva destructora. Otra, sobre la posibilidad o no de ser público y revolucionario al mismo tiempo, o sea, sobre si la organización de masas es contradictoria con el ser revolucionario, y, por lo tanto, esto último requiera siempre ser realizado dentro de la categoría de grupo restringido, minoritario y secreto. Y, finalmente, otra más, sobre la hipotética forma de coincidencia y colaboración con otras fuerzas político-sociales, en la tarea del derrocamiento sucesivo de los poderes constituidos en la marcha multicolor hacia la revolución de carácter anárquico-libertario.
En cuanto a la primera línea de reflexión y por lo que respecta a España, ya expusimos que, por la forma en que Fanelli transmite los primeros textos internacionales a los militantes españoles, aquí, el grupo específico, la Alianza, existe desde el comienzo mismo de la FRE. Y este hecho debiera, ya de por sí, tener una especial importancia para cualquier forma de consideración, aunque sólo fuera por el hecho de que sólo España, y reconocidamente, pudo dar ejemplo internacional de la mayor organización anarquista de masas, con capacidad para ofrecer al mundo el ejemplo de una original revolución efectiva de signo anárquico.
A lo largo de toda la exposición histórica que hemos venido haciendo, hemos tenido ocasión de ver la cantidad de veces que los elementos específicos de la Organización salvaron a ésta de derivas reformistas de mayor o menor intensidad, y hemos visto también cómo todas las líneas reformistas o politizantes, que de su seno fueron emergiendo o las promovidas desde el exterior, tuvieron en la Alianza o similares a su propia bestia negra y la atacaron y calumniaron de todas las maneras, con el fin de destruirla o desprestigiarla.
En una organización de masas obreras, con una proclividad natural al reivindicacionismo mecánico, la presencia de grupos de especial conciencia revolucionaria parece mostrarse como una necesidad permanentemente correctora de tendencias economicistas que olviden o descuiden el cuestionamiento esencial del sistema, o sea, el principio de autoridad y dominio. Estas tendencias negativas no tienen por qué darse de forma necesaria, según hemos visto en la réplica con que Esteve se enfrentaba a Ricardo Mella, pero sí son altamente verosímiles en una práctica puramente tradeunionista. Por otro lado, no hay ni la más remota semejanza entre la actividad de este tipo de elementos conscientes y lo que pueda llamarse una organización de vanguardia según los esquemas del marxismo revolucionario, entre otras razones, porque tal tipo de actividad, la primera, se da en una estructura organizativa que no permite ninguna forma de vanguardismo, al no tolerar ningún decisionismo de cargos. En la organización anárquica, los cargos son de pura gestión de los mandatos que se originan siempre en los niveles básicos, lo que quiere decir que tal organización de masas, aunque no constituya una organización de anarquistas, sí es una organización anarquista, en la que, por definición, se da igualdad decisoria en todos sus miembros, y sólo permite la acción directa, federativamente acordada. Estas características hacen que la Organización misma haya de ser más bien una permanente escuela de anarquismo, donde las capacidades discursivas y la ejemplarización de una ética consecuente con el discurso son valores esenciales para la marcha, el enriquecimiento y el fortalecimiento de la misma.
En estas circunstancias, la presencia teórico-práctica de elementos de una formación de este estilo no puede dejar de ser altamente beneficiosa en el seno de una organización que, siendo anarquista, no hace ningún tipo de exámenes de anarquismo para acceder a ella, aunque sí requiere que todo nuevo adepto sea consciente del tipo de organización en la que entra, y, a juzgar por el hecho de que, repetidamente, se haya recurrido a su nueva creación, cada vez que, por temporadas, se ha prescindido de ella, podría aventurarse el grado de necesidad de su presencia.
No pueden, sin embargo, negarse derivativas viciosas en este tipo específico de actividad, donde tal viciosidad no pude decirse que sea, en sí, imputable a la estructura y razón de ser de una formación de tal estilo, sino a la utilización instrumental que determinado tipo de gentes hacen de la misma, al beneficiar del prestigio de ella para suscitar en la Organización medidas inconvenientes para la misma. Este tipo de actuaciones viciosas es tanto más grave, al menos, por tres razones: primera, porque producen desencanto, escándalo y desfondamiento moral en compañeros que, con toda lealtad y sinceridad, habían puesto su confianza en ella y en ellos; segunda, porque elementos cabales de la Organización pueden llegar a deducir el carácter innecesario o perverso de la misma; y tercera, porque sectores reformizantes de la Organización ven en ello una ocasión de oro no ya para criticar los hechos negativos e inaceptables y a las personas concretas implicadas, sino para criticar la razón de ser de tal tipo de formación, en la que ven un obstáculo insalvable para sus fines.
El carácter secreto de tal tipo de formación, así como su funcionamiento por grupos de carácter autónomo y el hecho de que sus miembros sean, en el seno de la Confederación como tal Confederación, enteramente confederales, es decir, olvidados de su otra militancia, entendemos ser conveniente a los fines que se propone, pues ello le da naturalidad, mayor flexibilidad y, sobre todo, le afirma en su carácter informal que le prohibe funcionar como organización paralela. Pero estos mismos rasgos se convierten en más negativos, si se discurre por las líneas viciosas de las que hablábamos con anterioridad, adoptando formas de actuación de índole privativa, favorecedoras de prácticas no sólo individuales, sino individualistas, incontroladas, con una deriva de gran proclividad hacia el nihilismo, potencialmente aceptable en su excepcionalidad, pero rechazable como línea práctica, en razón, sobre todo, de su inoperancia social o, incluso, de una operatividad contraproducente.
Y, precisamente, este aspecto de la primera línea de reflexión que nos proponíamos nos lleva a la que presentábamos como segunda, o sea, a la que deba darnos claridad sobre la posibilidad o no de ser público y revolucionario al mismo tiempo, es decir, la que investigue si la organización de masas, y, concretamente, la de carácter sindical, es, en sí y por sí misma contradictoria con toda estrategia revolucionaria de esencia finalista. El Congreso de Amsterdam de 1907, con la presencia de claras cabezas del campo anárquico, así pareció entenderlo, y de hecho lo entendió bien con referencia al sindicalismo de índole puramente tradeunionista que, por definición, apunta sólo al mejoramiento proporcional de las condiciones de vida de la clase trabajadora en su relación con la estabilidad del sistema capitalista burgués. Pierre Monatte, sin embargo, asistente también a ese Congreso, puso su razonada fe en que el sindicalismo revolucionario, que, en su tiempo, demostró la Confederation Générale du Travail, aunque la politización posterior hiciera degenerar tal proyecto, no podía ser medido bajo la pauta del puro tradeunionismo. Nosotros somos del parecer de Monatte, y, en cualquier caso, la vigencia del anarcosindicalismo español viene, contra viento y marea, demostrando esa posibilidad.
En nuestro recorrido histórico, hemos visto a Los Desheredados negar que se pueda ser público y revolucionario a la vez, y a Pere Esteve razonar, frente a Mella, que las reivindicaciones económicas distraen fuerzas que deben ser encaminadas a combatir el principio autoritario. La argumentación de unos y de otros, los Desheredados y Esteve, se basa, en último término, en que tales reivindicaciones han de hacerse desde la sociedad; en que la sociedad es sistema; y en que el sistema no puede negarse a sí mismo. Es, desde luego, una argumentación sostenible
dentro de la aceptación identificatoria de ciertos parámetros, a saber, la de sistema y sociedad, que no es correcta. Sistema es una forma de Estado, y Estado es una entidad adventicia con relación a la sociedad, que es infraestructura de la que Sistema y Estado son formas superestructurales. Que el Sistema sea o comporte, necesariamente, el dominio de la sociedad es innegable, pero es igualmente innegable que el Sistema no abarca la totalidad social. Hay, pues, la posibilidad de ser sociedad sin ser Sistema. Las leyes y su ámbito, que es la fuerza del Estado, constituyen el aparato de dominio de la superestructura sobre la infraestructura. Sin ser o formar, en principio, parte de ese aparato de dominio, hay dos formas de relación con sus leyes y exigencias: la de una aceptación activa o la pasiva de las mismas. La primera implica, de por sí, una forma de colaboración con el sistema y, de un modo u otro, se tiene alguna forma de intervención en la contextura de esas mismas leyes, aun cuando, eufemísticamente, se quiera revestir tal tipo de relación con otros nombres. Es así como, en ese tipo de actitud, se es sistema, participando de sus estructuras políticas, culturales, religiosas, sindicales. La segunda forma de relación, la pasiva, no puede por menos de aceptar las leyes porque le son impuestas, pero rechaza toda suerte de compromiso moral con las mismas. De tal actitud se derivan intereses contradictorios con el sistema y se deviene, así, en elemento dialéctico de contradicción del mismo. Se es, de este modo, un elemento revolucionario que se entiende a sí mismo como necesariamente actuante desde la sociedad y bajo el principio fundamental de que no puede haber cambio social alguno que no arranque de la propia sociedad. Esta posición desarrolla estructuras de negación del Sistema, una nueva moral, nuevas formas de relación, nuevos valores, nueva praxis social, y no es incompatible con el desarrollo de medios de defensa de esas estructuras. Es así como se puede ser público y revolucionario al mismo tiempo.
Es claro que tal posición implica la existencia de las mínimas libertades que lo permitan, ya que, en toda situación de dictadura, descubierta o encubierta, no cabe más opción que la “retirada activa al Monte Aventino”, o sea, la vía de lucha clandestina, como, repetidamente, hemos visto en nuestro recorrido histórico. Las bases de posibilidad de la existencia de tal postura ambivalente es que, en los modernos Estados, el Sistema no puede por menos de tener que justificarse en términos de una formalizada racionalización ideológica, y, por lo mismo, dentro de esos supuestos de racionalización, no puede, abiertamente y sin negarse a sí mismo, impedir tales desarrollos de ambivalencia, aunque siempre trate de hacerlo recurriendo a métodos inconfesos, pero ése es el riesgo permanente en que tiene que moverse toda posición verdaderamente revolucionaria.
Los elementos sociales sobre los que se decide el ser así o de otro modo de la sociedad son, pues: A), los que implantan el Sistema, junto con los que de él viven y con aquellos “oponentes” que en él se integran, pasando, así, a vivir también de él; B), aquellos dominados que, de buen grado, saludarían un cambio social, pero cuya mente e imaginación no les permite, en principio, concebir ninguna posibilidad de cambio fuera del o contra el sistema; y C), aquellos que están persuadidos de que el cambio reformista puede alterar sólo las condiciones del dominio pero no el dominio mismo, y estiman que una determinada práctica mental, moral y activa, en el día a día del seno de la sociedad, puede conducir, en su expansión y persistencia, al cambio cualitativo de ella , del que ha de sobrevenir, necesariamente, la liquidación del Sistema, es decir, la revolución social. Es importante la claridad de distinción entre estos dos últimos elementos, pues ellos constituyen la arena social, donde tiene lugar la permanente disputa entre la opción reformista y la revolucionaria.
Quedan así explicadas dos posturas, la intra-sistema de los que de él viven, y la para-sistema de los que viven en él, pero como elemento negativo de contradicción del mismo. Queda por explicar la postura extra-sistema, con su ineludible consecuencia de extra-social o extra- pública. La justificación de esta postura ya la encontramos expuesta en aquel congreso barcelonés de 1884, altamente influido por la sociedad secreta de Los Desheredados, que, a la vez que propugnaban la acción violenta y, por definición, clandestina, la justificaban diciendo “hacer que los hechos de fuerza (que la organización promueva) influyan en que las determinaciones de la masa resulten dentro de los principios revolucionarios por los que se rige la organización”. Éste es el núcleo de la cuestión: si tal determinada posición extra-sistema comporta, claramente, el riesgo de marginación o de divorcio social, ocurre que el simbolismo de los actos, de los que se espera una determinada repercusión pública, no tienen capacidad contaminante en el orden social, sobre todo porque no se sienten como propios, al no arrancar de la sociedad misma o de necesidades sentidas como sociales, y, de este modo, derivan a actos individuales, justos o no, que no son criticables en razón de la violencia que entrañan, sino en razón de su ineficacia social, o, en el peor de los casos, de su carácter contraproducente, es decir, en
razón de conseguir lo contrario de lo que se proponen. Es un hecho que el nihilismo no produjo, por sí mismo, convulsión social de alguna significación, ni la “propaganda por el hecho”, que emerge del Congreso de Londres de 1881, dio resultados positivos respecto a Europa, sobre todo si se los compara con la feliz decisión de los que, con Rafael Farga Pellicer, interpretaron tal Congreso de forma que abocó, aquí, a la creación de la FTRE, en la línea clásica española da dar al anarquismo cauce dentro de los grandes movimientos de masas.
No se trata de medir, hipócritamente, los actos en razón de su violencia para condenarlos o menospreciarlos, sino en razón de su racionalidad, alcance y efectos, de forma que quepa claramente distinguir, en sí y por sus efectos, entre las bombas de Cambios Nuevos o del Lyceo y las acciones ejecutorias de Angiolillo y de Los Solidarios, o la de aquel compañero de La Felguera que, lleno de orgullo, mostraba a un ingeniero de su empresa, la Duro-Felguera, la biblioteca del local de la Organización, con todas sus paredes repletas de libros, diciéndole: “éstos (apuntaba a los libros) para ilustrarnos, y ésta (mostraba su pistola) para defendernos”.
En la tercera línea de reflexión, la que verse sobre las posibilidades de coincidencia o colaboración con otras fuerzas que estén también por el derrocamiento de los poderes constituidos, creemos que el pensamiento libertario debe intentar deslindar con claridad el grado, el modo y el alcance de las mismas, de forma consecuente con sus principios y fines, ya que las circunstancias históricas presentan, de hecho y con frecuencia, situaciones embrolladas, donde las improvisaciones pueden dar y dieron, de hecho, lugar a prácticas negativas que, durante lustros, hicieron sentir sus nefastos efectos sobre el movimiento libertario.
Ya por el solo hecho de que el anarquismo y, por él, el anarcosindicalismo y sindicalismo revolucionario tienen al Estado por enemigo mortal a destruir, todas las fuerzas estatalistas, estén o no estén por los poderes vigentes constituidos, son, por definición, enemigos suyos, lo que quiere decir que no cabe, por lo tanto, con ninguna de tales fuerzas pacto interno ninguno, que no podría por menos de afectar a los principios, tácticas y finalidades de la Organización y, con ello, a su desvirtuamiento. Por otro lado, la Organización libertaria se concibe a sí misma, de algún modo, a la manera como Parménides concebía la verdad. Decía el filósofo de Elea que la verdad es “bien redonda”, de forma que el contacto con ella o su búsqueda podemos intentarlos desde cualquier punto de esa circularidad. Igualmente, la equiparación simbológica que establecía entre el Ser y la esfera quería significar que todos los puntos del uno y de la otra son equipolentes y que, por ello, el uno y la otra son iguales en todas sus partes. En estas circunstancias, la alteración de cualquiera de las partes no puede dejar de suponer la alteración del todo. La “igualdad” que, programáticamente, se postula, se persigue y se realiza en la organización anarcosindicalista, hace que toda ella se constituya en un esquema repetitivo que va, desde el propio individuo, hasta la Confederación en su conjunto, pasando por las sección, el sindicato y las Federaciones locales, Comarcales y Regionales. Sólo de este modo, se entiende que el principio de coordinación puede hacer nulo e imposible el principio de subordinación. La relación de equipolencia entre las partes y el todo da a esta organización un cierto carácter cerrado en cuanto totalidad de concepto en desarrollo, donde las “novedades”, los hechos nuevos que van formando parte constitutiva de la misma, van surgiendo del contacto y relación con el escenario de desarrollo, en la medida en que, en el proceso, va comprobando la efectividad de sí misma. Ésta es su forma de “apertura”. Las “incorporaciones” y “novedades” van, así, progresivamente, surgiendo no directamente de los principios, sino de los resultados últimos de la aplicación de estos principios, del mismo modo que, en un proceso científico, los teoremas que se van incorporando no necesitan del recurso último a los principios, sino que emergen de los teoremas inmediatos, donde, por necesidad, los principios vienen reflejados.
Si nos hemos permitido este excurso “filosófico”, ha sido con la intención de hacer ver que las relaciones de este tipo de organización con otras organizaciones no pueden ser, bajo ningún concepto, de carácter interno, sino de carácter tangencial, y, aun así, en circunstancias muy determinadas. La mayor parte de las relaciones que se establecen en la generalidad de las organizaciones político-sociales están mediadas por el oportunismo, y ésta es una práctica de la que sistemáticamente huye la organización libertaria, que entiende que teoría y práctica no pueden ni deben ser concebidas en planos aislados, sino conjuntamente y que la consecuencia estricta que se exige en un campo debe tener su equivalente y reflejo en el otro.
Decíamos que las relaciones interorganizativas están, para los libertarios, mediadas y condicionadas por su negación absoluta del
Estado. Pero, contra lo que vulgarmente se cree, el pensamiento libertario tiene, siempre, ante sí muy presente el mundo de lo real, y, en esta actitud, su negación total del Estado no le impide distinguir entre los estados del Estado y sacar de esta distinción las oportunas conclusiones prácticas, que pueden conducir a la necesidad de aunar, externamente, fuerzas con formaciones estatalistas por el derrocamiento de un estado concreto del Estado, que, objetiva y comprobadamente, suponga un peligro y obstáculo mayor para la causa que se persigue. Todo lo cual, puede ser correcto, siempre que no se pierda, ni un momento, de vista que toda fuerza estatalista es enemiga natural del pensamiento y práctica libertaria y que cualquier forma de colaboración con ella no debe ser entendida más que desde la consideración de su eficacia sobre el blanco del enemigo común; ni puede olvidar tampoco que debe, en todo momento, preservar la total independencia táctico-estratégica de la organización libertaria, así como la multiplicación de su fuerza, quedando, así, descartados cualquier tipo de pacto, frente o plataforma, que no harían sino mediatizarla internamente y desvirtuar, con ello, los efectos de su acción.
Volviendo la vista atrás, si la Organización hubiera dispuesto, con antelación, de este tipo de reflexiones en el momento del estallido de la guerra civil española, no habría caído en la trampa de la entrada en la Generalitat catalana ni en la del Gobierno central, y, dentro de una colaboración externa, en el campo del antifascismo, habría exigido el estricto respeto de sus logros, sus fuerzas y su estrategia. El modo de recomposición inmediata del campo libertario y de su sistema colectivista en Aragón, a los que se quiso desmantelar con la disolución del Consejo por la arbitrariedad y la violencia gubernamental en agosto- septiembre de 1937, tras el fracaso de tan vil maniobra, puede aportar bastante luz sobre lo que exponemos y sobre lo que será necesario seguir reflexionando profundamente.