Tosí
Entonces vinieron para matarme.
No sabría explicarlo pero lo comprendí nada más verlos.
Me supo mal porque uno de los dos era el mejor de mis carceleros.
Quedé callado. No es posible razonar con el verdugo.
Aunque pudiese entenderte te mataría igual. Puede que con más saña.
Animales inhumanos con chispas en la mirada.
Estrictos y rectos burócratas cumpliendo órdenes.
Entendí de inmediato la sumisión del reo. La aceptación
de la muerte sin salida. Todo se paraliza en ti frente a la muerte.
Ni lloras ni suplicas. Todo queda determinado. Detenido.
Me ofrecieron un pitillo y me dieron fuego premonitorio.
Inhalé y exhalé ávidamente. Tosí. Supongo que estaba nervioso
a pesar de que todo pasaba como en una nube borrosa y gris
y semejaba un simulacro mal montado. Tosí.
Llevaba tiempo sin fumar nada.
Vamos. Ve delante. Me dijeron.
No querían ver mis ojos ni que yo les mirase.
Me asestaron un tiro en la nuca a los pocos pasos.
El pitillo se quedó prendido en mi boca de mueca abstracta. Tosí.
Por aquel agujero brotó sangre materia gris recuerdos
y un montón de sueños no realizados que huyeron
como pájaros a esconderse sin que ellos pudiesen verlos.
Menos mal que no robaron mis sueños.
Pero ya, para qué los quería. ¿A quién podría legarlos?
Ellos hablaban algo que no pude entender.
Realmente ya no me interesaba.
A pesar del dolor poco a poco me quedé dormido. Y fui alejándome
al tiempo que me quedaba allí como un dibujo en el suelo.
Lo vi mientras marchaba encenderse un cigarrillo.
Una larga tos se pegó a su garganta y blasfemó con voz ronca.
También le temblaba el pulso. Luego se acercará uno de sus curas
para rogar a dios por mi alma pero yo ya no estaré
para oír sus rezos sin fe. Mejor rezase por mi verdugo,
por mis carceleros, por el juez que no vino, por sí mismo.
Aunque aún no lo sepa: qué pobre se ha quedado mi asesino.
12/7/2013
ERASMO G. MORÁN