Por Alba Latorre
Es innegable que la industrialización hizo que unos pueblos creciesen, convirtiéndose en núcleos puramente urbanos o ciudades, y que otros se fueran despoblando paulatinamente hasta conseguir un total abandono o incluso su desaparición.
Como no se puede dar marcha atrás en el tiempo, vamos a abrir una ventana al porqué en el año 2017, y en total desindustrialización, la gente no ocupa esos pueblos y vuelve a hacer vida en ellos.
Este sistema, que genera y quiere gente acomodada, nos mantiene “felices” con un falso nivel monetario, que, como ya se ha visto estos últimos años, no es más que un espejismo para fomentar su sociedad de consumo y así perpetuar dicho sistema.
Dentro de ese nivel de “vida” está lo más esencial para todo ser humano, que no es otra cosa que la alimentación. Nos han hecho dependientes de sus monopolios y oligopolios alimentarios; la mayoría de las cosas que compramos (con el dinero obtenido de un trabajo esclavo o precario) son ecológicamente insostenibles en el tiempo, tanto para el medio ambiente como para nuestra salud.
Resulta bastante fácil comprobar cómo en las últimas décadas han aumentado los casos de cáncer y enfermedades autoinmunes, hasta el punto en el que numerosos estudios corroboran la relación de muchos de los alimentos que nos suministra este sistema con ese aumento del número de casos registrados en dichas enfermedades. La cuestión es: ¿por qué, si tenemos gran cantidad de información a nuestro alcance, no hacemos nada para remediarlo y, así, dejar de sustentar el círculo vicioso de las empresas alimenticias y las farmacéuticas?, ¿por qué no levantarse del sofá, salir de esa falsa comodidad y hacer un acto de rebeldía, como es el buscar la autogestión en nuestra alimentación?. Puede parecer imposible, pero si lo parece es porque el propio sistema nos ha educado para no saber qué hacer cuando tenemos hambre y no hay un supermercado abierto; nos ha hecho inútiles y dependientes.
Además se ha creado una burbuja alrededor de las ciudades y grandes núcleos urbanos y se ha alejado a la poca gente que habita en las zonas rurales de esa gran mayoría en que se ha convertido la población urbana. Y todo ello, con la intención de hacer creer que los problemas que pasan fuera de los barrios periféricos no afectan a las personas de la urbe; con la intención de generar conflictos entre los dos mundos (sí, realmente, a día de hoy, son dos mundos totalmente distintos) y mantenernos entretenidos en debates absurdos y repletos de ignorancia.
Junto con los medios de comunicación, esta continua guerra de opiniones ha aumentado, añadiendo todavía más leña al fuego y alienándonos cada día más. Y se puede decir que esto viene de lejos, cuando a nuestros niños y niñas se les distorsiona la realidad con un rey león que habla y canta con las cebras, o un oso adorable que come miel de un tarro; ejemplos que para nada son aplicables a la realidad. Puede parecer demasiado cruel que un niño o una niña viera como un león se come a esa cebra, pero nadie parece ponerse a pensar en nuestros padres y madres, abuelos y abuelas, cuando, en su niñez, viviendo en esos pueblos que ahora están desapareciendo, observaban como un lobo comía una res o como un zorro se alimentaba de una gallina e, incluso, como un buitre se alimentaba de los restos de esa res medio devorada. Entonces, ¿por qué omitimos esas experiencias de la naturaleza a nuestras hijas e hijos, cuando es lo que van a aprender en el colegio, pero plasmado en un libro?. ¿Por qué creemos que así les protegeremos de “algo”, cuando, en realidad, habría que protegerles de otras cosas muchísimo más dañinas?. Y ¿por qué continúa existiendo la idea, bastante generalizada, de que un niño o una niña criada en un pueblo es una persona burra, insensible y, además, poco culta?. Quizás deberíamos preguntarnos quién nos introdujo esos prejuicios y si realmente la falta de sensibilidad y empatía no esté en el otro “bando”.
Creemos que es importante poner en valor la labor que realizaban antaño las gentes de los pueblos; muchas zonas se conocen hoy tal y como son por su manera de trabajar y, sobre todo, de querer sobrevivir de manera sostenible, aunque, en ocasiones, lo hagan de forma inconsciente. Y no solo hay que mirar un siglo atrás; el ser humano lleva cientos de años alimentándose de lo que la tierra le proporciona.
Deberíamos sentir orgullo, por ejemplo, del antiguo y tradicional uso del castaño, que, como especie autóctona, fue aprovechada, gestionada y cuidada. Y seguro que aquellos que se alimentaban de su fruto, también sabían, aunque no científicamente, que lo que hacían evitaba que estos árboles enfermaran, que se acumulara maleza y pudiese arder todo por lo que habían trabajado tantos años, y que la diversidad de aquellos bosques aumentaba y se mantenía gracias a que el ser humano era una parte integrada en esa cadena trófica y de ese ecosistema.
A dia de hoy, ya lejos de donde somos todos, y fuera del ecosistema, las masas de castaño de Asturies están siendo atacadas de nuevo por una especie exótica llamada la avispilla del castaño. Se trata de una especie asiática que pone los huevos en las yemas de los castañares, generando que el árbol desarrolle un quiste, a modo de defensa, que lo que hace realmente es proteger las larvas y darles alimento, pero, a su vez, causa graves mermas en la producción del futo y en el desarrollo del árbol, que, en ocasiones, acaba secando y muriendo.
Para poder adquirir esa autogestión de la que hablábamos, nos enfrentaríamos cara a cara con otro de los problemas que negamos ciegamente, bien porque consideremos que tenemos suficiente información de los medios de comunicación, o bien porque no nos interese en absoluto la vida real fuera de las colmenas de hormigón y hierros. Uno de esos problemas, y, desde hace unos años, el que más bombo mediático tiene, es el ataque de depredadores, en este caso lobos y osos, a la ganadería extensiva, que no es más que una herramienta de subsistencia para muchos. En este tema creo que es importante recalcar el porqué hemos llegado a un punto en el que personas que carecen de experiencia deciden qué es mejor en lugares donde dichas personas no habitan. Por ello, creemos que es necesario hacer una visión global y no centralista.
El ser humano, mediante la extracción y explotación de recursos para paliar sus necesidades por métodos totalmente insostenibles, ha cambiado el clima, el paisaje y, cómo no, el comportamiento de muchas especies. Por eso es necesario, antes de culpar a los pocos que aún sobreviven en las zonas rurales de forma sostenible sobre algo que ha generado la especie humana en su totalidad, y más en los grandes núcleos urbanos en el último siglo, echar una mirada critica a lo que nos rodea y a dónde hemos llegado como especie animal.
Es una realidad que el ataque de esos depredadores, por mucho que algunas personas quieran negarlo o restarle importancia, hace imposible para muchos tener una cabaña ganadera de forma extensiva sin sufrir daños, con las consecuencias que esto conlleva y que, al fin y al cabo, nos afectan a todos.
Algunas de esas consecuencias son: el abandono de las zonas de pasto, causando la perdida de especies vegetales y animales y mermando, así, la biodiversidad; la creación de zonas continuas de matorral, que se convierten en combustible para los grandes incendios; la invasión de especies exóticas, que se convierten en una plaga difícil de controlar. Con esto no se trata de hacer culpable al depredador, ni mucho menos, simplemente se muestra una realidad que no se ve en la calle Uría ni en la calle Corrida ni en cualquier otra.
Las condiciones impuestas a la agroganadería asturiana para la entrada en el Mercado Común, ahora Unión Europea, la introducción masiva de especies arbóreas foráneas, como el eucalipto, los impagos y la mala gestión de los daños al ganado por parte de la administración, son algunos elementos que tampoco han ayudado a la hora de unir fuerzas y objetivos comunes en el desarrollo de la actividad económica rural.
Así las cosas, el despoblamiento o abandono de la actividad agroganadera se convierte en una estrategia orquestada, hace decenas de años, con fin económico, viendo las zonas abandonadas como una oportunidad de hacer negocio, sin ningún miramiento hacia nada ni nadie que pueda rodear y habitar aún dichas zonas. Además, suenan campanas de que la solución a las quemas es la gestión de la biomasa por parte de empresas privadas, lo que lleva a la privatización del monte y a una situación en la que podríamos ver que, donde no queríamos pistas forestales, habrá carreteras para camiones y retro arañas, destrucción de manantiales, pisoteo del terreno perdida de especies autóctonas, etc.
Otro problema de gran relevancia es la invasion por parte de otra especie exótica, la Vespa velutina, la famosa avispa asiática. Es muy común confundirla con el avispón autóctono, pagando este muchas veces la culpa, aunque debiera de ser protegido por ser un competidor directo de la vespa velutina. Pero la desinformación y el miedo a un insecto (que no conquistó las películas de dibujos animados de nuestra infancia), confunde a la población. Esta especie es tremendamente invasora y está causando graves pérdidas en la producción de fruta y en la apicultura. Un solo nido de velutina puede terminar con una colmena de abejas en cuestión de horas o días, arrasar plantaciones de uva, arándano, pera, y cualquier cosa que satisfaga sus necesidades; come carne, pescado en las rulas, etc. Además, está entrando en ciudades y atacando a la gente, siendo en este momento, cuando ya es un problema en muchas ciudades de Galiza, Cantabria y Euskal Herria, es cuando, al fin, sale en los medios de comunicación.
Pero es la propia Administración la que, prácticamente, prohíbe el trampeo de vespa velutina, ya que para trampearlas se exige el carné de apicultor, como si solo fuera un problema de este sector, mientras en países vecinos se están haciendo cursos a toda la población para saber qué hacer en caso de encontrar un nido o un individuo de esta especie.
Este es un claro ejemplo de la desconexión de la población con el medio rural; no ser conscientes del gran problema que vamos a tener, sin duda, en los próximos años, si no se soluciona de alguna manera.
Otra gran invasión, sobre todo en zonas de polígonos industriales abandonados y que ya está llegando, incluso, a parques naturales, es la famosa hierba de la pampa; una flor que parecía un simpático adorno, hasta que a alguien se le fue de las manos y se reprodujo. Una sola flor de esta planta reparte miles y miles de semillas, que, por su forma y ligereza, vuelan los metros que al viento le de la gana. Esta planta, una vez arrancada y quemada, si no se convierte en ceniza, puede volver a reverdecer, enraizar y reproducirse.
Por eso, no solo hace falta una gestión de las calles asfaltadas, pagando barrenderos y demás personal para mantenerlo, sino que es necesario y muchísimo más importante que haya una gestión de las zonas rurales para evitar todos estos problemas y otros que aún nos esperan a todos los asturianos y asturianas sin excepción. Esa gestión pasa por volver a poblar las zonas de nuestra geografía a las que las industrializaciones y el pensamiento generalizado de que en la ciudad es todo mas fácil, han convertido a los pueblos en lugares en peligro de extinción, al igual que a sus gentes y todas las labores artesanales y milenarias, como el pastoreo y la agricultura que desarrollan cada día, y que representan, consciente o inconscientemente, el atisbo de esperanza para lo que pensamos que es y debe ser y seguir siendo Asturies.
Es hora de buscar responsabilidades políticas. Y es que la falta de promoción para que los pueblos vuelvan ser ocupados por gente desempleada, o las trabas impuestas a quien no le importa pelear y sigue al pie de cañón a pesar de esta serie de despropósitos, están generadas por las administraciones públicas; las mismas que asfixian continuamente a quienes continúan donde sus padres, madres, abuelas y abuelos nacieron.
Con una demografía cayendo en barrena y con tres cuartas partes de la población viviendo en una cuarta parte del territorio, Asturies puede llegar a convertirse en un país inviable.
La solución podría ser sencilla, si hubiera voluntad política y social: crear las condiciones para la vuelta a la zona rural y promocionar y ayudar a quien quiere generar autosuficiencia. Puede que así volvamos a tener una Asturies verde de pasto y no marrón de matorral, puede que volvamos a beber sidra de manzana autóctona, puede que comamos carne asturiana cebada con pastos asturianos, puede que tengamos miel de miles de flores, paisajes de colores, biodiversidad, puede que la lechuga y la fruta se la compremos al vecino recién cogida en su punto de consumo y no madurada en un nevera después de ser transportada miles de kilómetros. Puede que pasen un montón de cosas que nuestros abuelos y abuelas veían, sencillamente, normales.
Alba Latorre.