Durante los años del nefasto “Estado del bienestar”, la propaganda del sistema, camuflada con la excusa del entretenimiento a través sobre todo del cine y de las series de tv, nos inculcó el individualismo y la ideología capitalista del “pisa a quien sea para triunfar”, y con eso y cuatro “privilegios” nos hicieron pensar que ya éramos distintos a esos mugrientos obreros de principios de siglo. Que no éramos iguales, que dependía de nosotrxs mismxs el tener una vida más cómoda y que aunque estuviéramos juntxs en el trabajo, en el súper o en el bar, no teníamos que ver nada lxs unxs con lxs otrxs, que no formábamos parte de una misma clase social.
Incluso nos convencimos de que no había clases sociales.
Pero este sistema que no sólo es económico sino que es social y por tanto influye en cada aspecto de nuestras vidas, se basa en dos clases: una clase, la nuestra, la que depende totalmente de las decisiones de la otra clase social, la poseedora de todos los medios de vida.
Lo que no consiguieron sangrientas dictaduras mediante la fuerza, lo consiguió la democracia sin pegar prácticamente un tiro. Consiguió en treinta años de paz, separarnos de nuestrxs semejantes, aislarnos y encerrarnos en nuestros pisos-almacén y hacer desaparecer años, incluso siglos de práctica del apoyo mutuo y la solidaridad de clase, y por tanto dejarnos completamente desarmadxs.
La comodidad del Estado del bienestar encerró a cada cual en su casa y como papá Estado se encargaba de todo ya no había nada que hacer en común, ni nadie con quien solidarizarse. Todos libres. ¡¡Viva la democracia que aisló a las personas en sus cubículos y separó lo que parecía indivisible, al animal humano del resto del entorno y de sus iguales!!
Ahora que la ideología del “bienestar” es insostenible, volvemos a reconocernos poco a poco como lo que siempre fuimos, esa clase que negábamos: lxs explotadxs, la mano de obra prescindible, la clase
trabajadora o el proletariado, cada cual que lo llame como quiera.
Ahora con la llegada de la crisis capitalista empieza a ponerse de manifiesto que el paro, la precariedad, la falta de medios de subsistencia, etc. no son problemas personales de unxs pocxs vagxs o fracasadxs, sino que son consecuencia de un sistema social basado en la explotación de todos la mayoría por una minoría.
Y ahora es cuando nos damos cuenta de que estamos realmente desarmadxs. Que separándonos de nuestrxs semejantes lo que hicieron fue condenarnos. Pero aun viendo esto, seguimos aislados, pensando que será un problema individual y no algo colectivo, una consecuencia de un sistema de producción impuesto por la fuerza. Un sistema que nos dejó desposeidxs y nos explotó durante siglos, y que finalmente hizo que nuestras vidas fueran menos valiosas que los objetos que fabricamos, servimos, colocamos o lo que sea que hagamos para engordar sus dividendos.
Nos sentimos solxs en este mundo, y en consecuencia derrotadxs.
La destrucción de una forma de vida basada en el apoyo mutuo, la solidaridad entre una misma clase y el enfrentamiento contra quienes nos roban la vida fue lo que nos llevó a este aislamiento.
Pero aunque aún cueste romper con él, esa forma de vida no se borra así como así, y es la propia necesidad creada por el capitalismo la que hará que resurja más fuerte aún la Comunidad de lxs explotadxs. Y será esta Comunidad la que acabe haciendo saltar por los aires este sistema cada vez más insostenible.
Pero no valen las prisas, de momento toca ir reconstruyendo, estamos todavía dando los primeros pasos, esperemos que más temprano que tarde llegue el momento de dar la patada que ponga patas arriba el mundo de la mercancía.
Y esta vez habremos tomado nota de nuestra mayor y más sutilmente infringida derrota, y no volveremos a caer.