En época de elecciones los/as políticos/as pelean por la atención del/la ciudadano/a porque le necesitan en calidad de votante. Introduciendo nuestra papeleta en la urna renovamos la ficción del pacto social. Si bien la política que se haga en los cuatro años siguientes se llevará a cabo sin tener en cuenta a la inmensa mayoría de la sociedad, sobre sus cabezas y en contra de sus intereses, el momento de las elecciones generales y su repetición periódica es esencial para dotar de legitimidad al sistema representativo. El día de las elecciones –sólo ese día– el pueblo es realmente soberano. Ante esta situación nosotros/as tenemos muy claro qué hacer con esta soberanía: negarnos, así de claro, a seguir sustentando un sistema que necesita nuestra participación simbólica.
Llamamos a la abstención no porque consideremos que el reparto de escaños es injusto (esto es una evidencia), ni porque el Congreso sirve de pantalla de humo que esconde las verdaderas fuentes de poder en nuestra sociedad (que también), ni porque no nos creemos los programas electorales, que incluyen infinidad de promesas pero que poco tienen que ver con las políticas que sufriremos en los cuatro años siguientes (otra evidencia). Todo esto son factores que cabrean a mucha gente, pero son síntomas, no la raíz de la cuestión. Nos abstenemos porque les negamos nuestra participación, y esto principalmente porque creemos en otra forma de hacer política. Si defendemos otra forma de hacer las cosas, asumamos las consecuencias y no nos contentemos con hacer de espectadores/as que cada cuatro años se convierten en árbitros con el poder de expulsar a uno/a de los protagonistas para poner a otro/a.
Como seres racionales, y hartos/as, como tanta gente, de esta manera de hacer política, decidimos conscientemente ignorar sus convocatorias y tratar de recuperar nuestra propia capacidad de decisión y organización en el día a día, con nuestros/as compañeros/as y vecinos/as, en un plano de igualdad, humildemente y paso a paso. Tomando consciencia de nuestras posibilidades se puede avanzar aquí y ahora, construir un entorno más de acorde con nuestras necesidades y nuestras aspiraciones: nadie como nosotros/as mismos/as para defender nuestros intereses. Si creemos en esta posibilidad rechacemos perpetuar aquello que no nos conviene: “si tenemos asambleas, ¿gobierno para qué?”
La trama: ¿Igualdad política sin igualdad económica?
Que el sistema democrático actual es más que deficiente es un hecho incuestionable, pero la verdadera pregunta es si existe la posibilidad de un sistema político justo bajo un sistema económico injusto, asesino y ecocida cómo el capitalismo. Nuestra respuesta es que no, que bajo cualquier tipo de sistema político, mientras exista el capitalismo no seremos dueños/as de nuestras vidas.
La democracia en la que vivimos lleva desde su nacimiento grabada en sus genes el capitalismo. La Revolución Francesa fue en realidad la pugna por el poder entre dos clases: la dominante, la feudal, contra la nueva clase social, la incipiente burguesía que ya se había hecho con el poder económico y perseguía el control político.
En España la democracia moderna (obviando las breves experiencias republicanas) llegó con la Transición, momento en que la clase empresarial se deshizo de un régimen político que le fue muy útil para aplastar a la poderosa clase obrera de principios de siglo.
Desde la llegada del binomio democracia-capitalismo las condiciones laborales y de vida, los lazos sociales, la solidaridad entre iguales y las organizaciones obreras no han hecho más que degenerarse, puesto que, al reducir la idea de “política” al idealizado y absurdo acto del voto, el interés por la misma desaparecía. Como venimos observando, a la hora de encontrar “salidas” a la crisis, el capitalismo (o “los mercados”, como dicen los/as que tienen miedo de llamar a las cosas por su nombre) tiene herramientas de sobra para manejar gobiernos a su voluntad: lobbies, organizaciones internacionales/supranacionales (FMI, BM, OMC, Banco Central Europeo), medios de comunicación, inversión extranjera, etc.
La fortaleza del capitalismo, que cuenta tan sólo con unos pocos siglos de antigüedad, ha consistido siempre en su flexibilidad o capacidad para adaptarse a distintos escenarios: dictadura, democracia o autarquía.
No podemos pensar en las elecciones o la reforma de la democracia como una forma de luchar contra el capital, ya que el aparato estatal ha sido en todas sus formas (feudal, dictatorial, soviética, democrática) la herramienta de los/as poderosos/as para mantener sus privilegios. Cada vez que una lucha se desvía por caminos electoralistas pierde toda su fuerza.
Miedo y asco en el colegio electoral
Las elecciones, esa “herramienta de participación en el proceso democrático”, ya casi están aquí. Dentro de poco nos invadirá la propaganda de los más diversos partidos políticos, en la calle, en el trabajo, en casa, sea donde sea allí estarán con sus promesas, sus argumentos de peso, sus sesudos análisis de la coyuntura económica y sus recetas pseudomilagrosas; todo para que les demos un cheque en blanco para los próximos cuatro años. Y ahí estamos, en medio de este vendaval publicitario en el que nosotros/as somos meros votos potenciales, meras herramientas para llegar al poder. El debate sobre qué hacer está servido.
Nuestra opción la dejamos clara: la abstención es nuestra respuesta frente a la convocatoria de elecciones, no vamos a participar en el circo que se nos viene encima. Ante esta postura, ante la negativa de votar, surgen críticas, unas más razonables que otras: que el no voto de la clase obrera significa permitir que la derecha más conservadora acceda al poder, que esto empeorará las cosas, se iniciará una persecución contra inmigrantes, se privatizarán la enseñanza y la sanidad, se perderán derechos laborales, y un sinfín más de realidades que sin dejar de ser importantes y seguro ciertas, no difieren en exceso con la realidad que actualmente vivimos. Otras voces, a nuestro parecer menos oportunas, afirman que quien no vota no se posiciona, que poco le importa el panorama político, que no votar supone perder el derecho a la réplica, a quejarse, a manifestar el descontento. Negamos estas afirmaciones, nosotros/as no entendemos la acción política como un derecho, sino como una necesidad. Los derechos van y vienen, se conceden y se rescinden, pero las necesidades nos son propias y sobre todo permanentes, por lo que no nos remitiremos a expresarlas sólo una vez cada cuatro años. Por ello afirmamos que sin lugar a dudas nos interesa el panorama político, nos posicionamos como sujetos activos en su constante devenir, pues es de este panorama del que emanan la mayor parte de los problemas de nuestras vidas cotidianas, entiéndase paro, privatización, exclusión social, represión y es en el día a día cuando, desde la reflexión y la acción colectiva, pretendemos decidir, participar, incidir, cambiar, crear… La abstención a su vez la entendemos como una herramienta de expresión de un descontento hacia la clase política y hacia sus privilegios, hacia su labor de marionetas de un poder que se alza incluso por encima de ellos/as mismos/as, pero del que sacan partido, convirtiéndose en verdugos de su pueblo. Tratamos de negar de esta forma un modo de hacer política que no es real, en donde se dejan al margen de nosotros/as mismos/as nuestras decisiones más cotidianas. No queremos permitir que la acción política continúe lejos de nosotros/as, que se pervierta, que nuestra capacidad de influencia quede relegada y condicionada a unas estructuras de poder con las que nunca rascaremos bola. No vamos a elegir entre programas electorales generales, entre el todo o nada, y menos aún vamos a confiar en la supuesta diversidad de opciones. Nuestro día a día seguirá sin pertenecernos gane el partido que gane, nuestra rutina de trabajo- consumo-trabajo seguirá inalterable.
Acompañamos este acto de insumisión con un interés por participar de la toma de decisiones de los aspectos cotidianos de nuestras vidas, queremos ser nosotros/as quienes las gestionemos y no relegar en otros/as esa responsabilidad, independientemente de las siglas que abracen o la ideología que les ampare. No deseamos ser gobernados/as, ni por unos/as ni por otros/as.
Obviamente la abstención no es ninguna fórmula mágica, nada arregla como tal y no se va a conseguir derrumbar el sistema con un acto tan simple, pero es nuestra opción política ante las elecciones: elegimos una respuesta colectiva de no participación en su pantomima y desde luego animamos a que más personas se sumen a ella. Claro está que al poder poco le importa que no vayamos a votar, más nos debe importar a nosotros/as, a nuestras conciencias: no queremos asumir una contradicción más de las que este sistema nos presenta.
Negamos su forma de hacer política, pero somos realistas, la abstención solo es un paso más de una larga lucha por recuperar nuestras vidas. Es por ello que sólo entendemos la abstención si va acompañada de una lucha cotidiana, de un trabajo diario por intentar influir y cambiar las relaciones sociales que nos acompañan.
Lo que el voto se llevó: nuestra política frente a sus elecciones
Ante toda esta realidad no nos queremos quedar sólo en la abstención, en la pataleta de un día y la queja de los siguientes cuatro años. Así las cosas no cambian y nuestra mala hostia crece pero no la sacamos; nada productivo sale de ahí. Una vez que empezamos a entrever el problema hay que buscar las soluciones, hay que caminar en la senda de la construcción de la realidad que nos gustaría vivir. Si tenemos claro lo que sus elecciones y su democracia no nos dan, tendremos que tomarlo nosotros/as, tendremos que empezar por poner en práctica aquello que sus charlatanes/as obvian: las cosas concretas, el diálogo, el trabajo colectivo, las relaciones humanas reales, el cara a cara. Nuestros problemas y los de nuestros/as vecinos/as no son tan diferentes: saltemos ese obstáculo mental que nos hemos forjado desde pequeños/as y volvamos a confiar en las relaciones humanas, en el semejante, tratemos de volver a recuperar lo comunitario, lo convivencial.
Vemos imprescindible, por tanto, avanzar en nuestra la organización en común, en generar espacios de debate, de reflexión, de intercambio de opiniones, ideas y experiencias. Utilizar la asamblea y la afinidad como motores de lucha y de crecimiento colectivo, los problemas son miles y las posibilidades de afrontarlos en común inmensas. Potenciar espacios donde poder relacionarnos, donde poder crear formas de comunicación y acción realmente nuestras, alejadas de su representatividad, de sus mayorías y minorías, de sus cuotas de poder o de la servidumbre a intereses alejados de nosotros/as. Si algo queremos cambiar, tenemos que mojarnos y hacerlo nosotros/as mismos/as, entre todos/as, pero a través de nuestra iniciativa.
Autoorganización y lucha, dos conceptos que no tienen que sonarnos a lejanas utopías, son prácticas que se generan en el día a día, que siempre han estado ahí. Nuestro pasado y nuestro presente están plagados de estos pequeños o grandes gestos subversivos. Nosotros/as entendemos estas prácticas como posibles y aconsejables a gran escala, para organizar toda nuestra vida, todas nuestras necesidades, pero claramente no estamos aún en ese punto, lejano todavía. Estamos a la defensiva, con un contexto socio-económico que nos avasalla, que nos gana terreno por todas partes y es en este contexto en que estas prácticas las seguimos viendo como útiles, como una forma bastante pragmática de afrontar el presente, de afrontar recortes, despidos, desahucios y todo el sinfín de mierdas en las que estamos metidos/as. El debate, la discusión, la resolución colectiva de trabas, como método de afrontar unidos/as los problemas, de conseguir apoyarnos entre todos para que nadie caiga, para aprender a ganar y a no dar un paso atrás. Que nadie esté arriba ni nadie esté abajo, de tal forma que caminemos unidos/as.
Todo x hacer.